El solsticio de verano ocurre cada verano, y, en realidad, hay dos solsticios de verano, uno en cada hemisferio, que se corresponde con su contrario (el solsticio de invierno) en el hemisferio opuesto. El solsticio de verano es el momento del año en el que el eje de la Tierra se encuentra en su posición más extrema con respecto al sol. Es decir, que se trata del día más largo del año y de la noche más corta, ya que es el día en el que hay más horas de luz.
¿Por qué el 21 de junio?
El solsticio de verano en el hemisferio norte se corresponde con el 21 de junio, mientras que en el hemisferio sur tiene lugar el 21 de diciembre.
Por otro lado, el solsticio de verano coincide con el comienzo del verano y el final de la primavera. En realidad, los solsticios pueden variar de un año a otro. Esto significa que, en realidad, sería más correcto decir que el solsticio de verano tiene lugar entre el 20 y el 22 de junio. Sin embargo, por comodidad, se ha llegado al convenio de que sea celebrado de manera común el día 21, ya que se corresponde con la fecha intermedia entre los dos extremos entre los que puede oscilar.
Desde una perspectiva científica, el solsticio de verano no tiene mayor importancia que la de marcar el punto de inflexión de los días más largos y el comienzo del acortamiento de los mismos. Sin embargo, desde una perspectiva cultural, los humanos de todas las épocas y lugares han concedido a esta fecha tan singular un valor especial y que tiene que ver más con los aspectos religiosos y con las creencias propias de cada una de las regiones.
Muerte y renacimiento
Por lo general, todas las religiones y tradiciones culturales han encontrado un significado común al solsticio de verano: el renacimiento. Hay que tener en cuenta que el invierno es una época de calma y estatismo. Durante el invierno la tierra está "muerta", a la espera del resurgimiento de la vida que llegará con la primavera.
Sin embargo, la primavera es un periodo de transición, se encuentra a medio camino entre el invierno y el verano y, por ello, también era celebrada en las culturas tradicionales como un símbolo de superación de la muerte y de renacimiento de la naturaleza. Sin embargo, cuando la primavera alcanzaba su punto más álgido, era justamente en su final, antes del verano, cuando la luz solar ganaba su máximo esplendor y extensión en el tiempo, es decir, en el solsticio de verano. Debido a esto, el solsticio de verano se celebraba no solo como el triunfo de la vida sobre la muerte sino, más bien, como el renacimiento de la vida.