Hoy en día, muchos visitantes del remozado Museo Arqueológico Nacional de Madrid se paran a contemplar una vitrina que contiene un conjunto de bellas y trabajadas piezas de oro que fueron extraídas de uno de los yacimientos más famosos, misteriosos y polémicos de nuestra geografía.
Descubierto en el año 1958 en un cerro situado en el término municipal de Camas (Sevilla), el Tesoro del Carambolo es una de las piedras de toque en cuanto al enconado debate acerca de si existió o no la civilización tartésica. Mientras que durante décadas la Arqueología oficial otorgó a esta supuesta cultura del Valle del Guadalquivir la autoría de las piezas halladas en El Carambolo, en la actualidad muchos especialistas dudan sobre la certeza de esa afirmación.
Estudios sobre una autoría disputada
En el año 2006, un equipo dirigido por el arqueólogo Álvaro Fernández Flores determinó que la pieza de cerámica donde se habían guardado las joyas del tesoro había sido realizada mediante una técnica de torno que era desconocida por los pueblos íberos y que en cambio sí era empleada por los fenicios.
Por lo tanto, concluía dicho investigador, el hallazgo debe atribuirse a la existencia en el cerro del Carambolo de un santuario fenicio consagrado quizás a la diosa Astarté, y no a una reliquia de la cultura tartésica. Esa afirmación cayó sobre una losa en todos aquellos expertos que habían tomado el Tesoro del Carambolo como una de las muestras más importantes de la prosperidad del reino tartésico.
Un estudio de rayos X avala una posible coautoría fenicio–tartésica
Sin embargo, esta noticia no ha hecho desistir a los partidarios de la existencia de la cultura tartésica como entidad diferenciada de la influencia fenicia en el oeste de Andalucía. Un reciente estudio mediante rayos X, realizado por el Centro Nacional de Aceleradores, ha revelado que las piezas del Tesoro del Carambolo fueron diseñadas mediante dos técnicas distintas, una de manufactura fenicia, y otra de procedencia atlántica.
Lo cual podría señalar que, efectivamente, los habitantes indígenas de la zona donde se halló el tesoro ya tuvieran una industria del metal antes de la llegada de los fenicios, y que algunos de esos orfebres colaboraron con los artistas del pueblo del Levante Mediterráneo en la fabricación de las piezas.
Por lo tanto, las conclusiones de ese estudio señalan que existen indicios sobre la existencia de un pueblo autóctono que efectivamente conocía el arte del trabajo de los metales preciosos, y cuyos artistas poseían una técnica diferenciada de sus vecinos orientales.