En Casas de Benítez, provincia de Cuenca, se conserva una cueva medio derruida que fue el lugar de penitencia de una mujer que tenía un halo de santidad en tiempos de Felipe II: Catalina de Cardona. Gracias al apoyo que siempre recibió de la Corona española, pudo dedicarse a sus menesteres religiosos, rozando la heterodoxia en innumerables ocasiones. Ese apoyo será crucial para que nunca fuera observada con lupa por el Santo Oficio y pudiera ser conocida como "beata" en vida, aunque nunca llegaría a ser beatificada a pesar de los esfuerzos que se realizaron para que tal nombramiento se produjera.
Catalina de Cardona nació en 1519 en el seno de una familia noble y que dedicó gran parte de su vida a la vida religiosa retirada.
Estuvo en el palacio de los príncipes de Éboli en Pastrana (Guadalajara), y siempre tuvo la simpatía de Felipe II. Sin embargo, decidió retirarse a Casas de Benítez como eremita y adquirió tanta fama que se propuso su beatificación tras su muerte en 1577.
Sin embargo, Catalina fue una auténtica iluminada (corriente a caballo entre la mística y la Herejía) que consiguió ganarse el favor de Felipe, llegando a ser nodriza de su hijo Carlos. Esa admiración real la consiguió cuando realizó ese retiro voluntario en solitario.
Gracias a esa simpatía del rey, Catalina pudo campar a sus anchas sin tener nunca a la Inquisición tras sus pasos. Iba vestida de hombre y en su retiro se dedicaba a lanzar profecías que decía, le venían del cielo.
Esos mensajes que supuestamente venían del cielo, le hicieron profetizar incluso la fecha de su muerte, el 11 de mayo de 1577.
Catalina aprovechó la influencia política que tenía para desviar la atención hacia otras herejías y ella nunca ser investigada. En 1557 denunció la herejía del doctor Cazalla, que llegó a ser capellán del emperador Carlos V, y su sola palabra bastó para que la Inquisición acusara de protestante y condenara a la hoguera al doctor y a su grupo, bajo la atenta mirada de Felipe II.
Como señala Juan García Atienza, Catalina también permitió que la Inquisición actuara contra Diego de Heredia, amigo de Antonio Pérez, a causa de las alteraciones que se produjeron en Aragón.
A Diego de Heredia se le acusó de poseer libros de nigromancia escritos en árabe y por ser buscador de tesoros, además de ser protector de un Antonio Pérez que era perseguido por todo el reino acusado de traicionar a la Corona y de asesinar al secretario Juan de Escobedo en Madrid.