Todos los días inhalamos y exhalamos un promedio de entre 15 y 20 veces por minuto. Pero es que este mismo promedio, también sitúa el número de veces que pestañeamos en circunstancias normales.El ser humano realiza numerosas actividades de forma inconsciente, orientadas a la supervivencia, es decir, actividades necesarias para seguir existiendo.
Las más visibles podemos cuantificarlas de forma más o menos sencilla, pese a que los márgenes sean orientativos, en tanto varían de forma considerable en cuanto recibimos estímulos que alteran nuestro estado de calma.
Las más invisibles son altamente complejas de valorar y, pese al uso de las tecnologías, siguen siendo un misterio.
Entre estas actividades o procesos que realizamos de forma inconsciente está el PENSAR.
Muchas veces concebimos pensar como un proceso consciente, pero no es así
Según la comunicadora Sharon M. Koenig, nuestra mente genera 60.000 pensamientos al día, la mayoría negativos. Cómo Sharon, autora de numerosos libros de autoayuda, logra cuantificar y calificar nuestros pensamientos diarios, lo desconozco, incluso desconozco el método científico que puede haber utilizado para llegar a realizar tal afirmación pero, como desde este artículo no se trata de entrar a valorar cifras exactas, ni si nuestros pensamientos son mayoritariamente negativos o positivos, veamos esta cifra como orientativa para darnos cuenta de que es imposible controlar todos los pensamientos que se generan en la mente, por lo tanto, tampoco podemos controlar todas nuestras emociones ni decisiones.
Existe una concepción social de que las decisiones se apoyan en procesos conscientes. A menudo esa famosa frase de “estoy pensando qué voy a hacer” nos conduce a la creencia de que así es. Sin embargo, y aunque nos parezca paradójico, PENSAR es uno de los procesos que, desde su modo inconsciente, más determina nuestra vida.
Desde el pensamiento no sólo se rigen nuestras creencias, que estas a su vez condicionan nuestra manera de ver y entender la vida, sino que además se provocan nuestras emociones, que reprimen o impulsan lo que, de forma espontánea, puede generarse desde la bioquímica de nuestro cuerpo.
El pensamiento dirige también nuestras decisiones y entre ellas, la creación de hábitos
Los hábitos marcan nuestra manera de vivir y, por lo tanto, una parte importante de quiénes somos.
Como vemos, el pensamiento, este proceso que se produce la mayoría del tiempo de forma inconsciente, es el director de una compleja orquesta compuesta por muchos músicos que han de tocar de forma armoniosa y organizada, para lograr aquello que llamamos integridad.
Por ese motivo, ser íntegro en la vida no es fácil.
Supone tomar consciencia, aunque sea en retrospectiva, de muchos procesos mentales generadores de nuestros pensamientos, para lograr entender cómo funcionan y, al mismo tiempo, ver la relación que guardan con los pasos que hemos ido dando a lo largo de la vida, esto es, con las decisiones que hemos ido tomando y muchas veces no nos hemos dado cuenta.
Cuando logramos desde una posición autocrítica y positiva, identificar algunas de estas relaciones, podemos empezar a afirmar que nos estamos conociendo.
Muchas personas caminan por la vida sin saber quiénes son, creyendo conocerse, o creyendo ser, tal vez, alguien muy distinto. Y eso no es bueno ni malo, porque el bien y el mal son valoraciones culturales y varían, también, función de cada época, pero sí resulta poco práctico avanzar sin consciencia de uno mismo, o por lo menos contraproducente e insano a medio/ largo plazo, ya que la posibilidad de vivir con una constante sensación de insatisfacción o vacío, aumenta.
Obviamente, obsesionarnos en ser conscientes de ello tampoco es la solución, pues nos conduce a estar demasiado pendientes de nosotros mismos y a no disfrutar del presente. Imaginaros ser conscientes de cada inhalación o exhalación todo el tiempo o de cada pestañeo, nos volveríamos locos. Se trata simplemente de darle una ajustada importancia al pensamiento, para orientar sus procesos o reeducarlo de la manera que más sana sea para nosotros, al igual que hacemos cuando respiramos de forma consciente para optimizar mejor el oxígeno y mejorar la salud de nuestro cuerpo o pestañeamos voluntariamente para limpiar el ojo o comunicar algo. Dedicar un tiempo, de vez en cuando, a autoexplorarnos, a fin de conectar con nuestro interior, nos ayuda a aprender a aceptar nuestra naturaleza, crecerla y desarrollarla en la dirección que escogemos, no en la que la inercia social nos empuja.