El principio. Y, de pronto, ese ser se irguió, sus inseguras piernas ensayaron un paso y, para lograr mantener el equilibrio, el otro pie se colocó delante en un reflejo de espontánea protección, como para lograr defender el esfuerzo inicial que permitió asumir una posición desde la cual toda perspectiva variaba. Una vez asegurada la iniciativa que permitió ese atrevimiento primario, una sensación extraña invadió las fibras de aquel primer hombre al descubrir su capacidad para decidir la postura con la cual definiría la sobrevivencia misma, ya que sus miembros superiores podrían proveer alimento, cobertura y, gracias a la aprehensión, que debe haber descubierto inmediatamente después de aquel primer paso, lo diferenciaría del resto del entorno inhóspito.
Hoy podríamos definir aquellos movimientos iniciales como la inaugural manifestación de autoestima del género humano pero, lo cierto es que a partir de esa incipiente íntima conquista, el hombre no cesó de modificar continuamente, con pequeños pasos y constancia, su realidad, su entorno y su presente, en la búsqueda del bienestar personal y colectivo.
Dentro de los éxitos continuos que proporcionaban los descubrimientos, destacan dos particularmente notables a partir de los cuales se multiplicarían los éxitos, iniciándose la etapa primitiva de lo que definimos como “civilización”. En primer lugar colocaremos “el lenguaje” e inmediatamente después los “desarrollos tecnológicos”: al establecerse como comunidad los seres de una misma especie, debieron construir un código con la finalidad de poder lograr cierto nivel de entendimiento que permitiera comunicar cosas esenciales para la convivencia, una vez más el descubrir la posibilidad de modulación que permitía formar sonidos que a la vez consentían identificar objetos y situaciones, deben haber creado la definitiva conciencia de divergencia con respecto a otras especies.
Esa consolidación de habilidad particular y única fue el inicio de la identificación personal de género y marcó la discrepancia entre lo racional y lo salvaje.
Sin querer banalizar la importancia de los muchos descubrimientos que permitirían a la postre definir la supremacía del ser humano, como por ejemplo el fuego o las primitivas herramientas para la caza, debe haber sido “la rueda” el logro tecnológico de más trascendencia e importancia para los avances históricos hasta nuestros días.
La rueda más antigua, la halló en Eslovenia, en el 2002, el Dr. Antón Veluscek, se calcula haber sido manufacturada unos tres mil años, a.C. Pero en la búsqueda para determinar quién inventó la rueda, los historiadores, señalan que tuvo que haber sido desarrollada cinco milenios antes de Cristo en la región de Mesopotamia, y era utilizada para trabajo con arcilla.
Investigaciones indican que la rueda apareció de manera simultánea en Europa. La rueda en la India data del tercer milenio a.C. Además, dos milenios antes del nacimiento de Cristo, los chinos habían dado uso a la rueda.
La mente humana estableció la diferencia entre las especies animales gracias a su capacidad de desarrollar instrumentos que ayudaran al desarrollo. Nada de esto hubiera podido suceder si el cerebro humano no hubiese, desde su primera manifestación, forjado una maquinaria capaz de obedecer indicaciones. Nos referimos al cuerpo capitaneado por el cerebro, con la capacidad de diseñar en un plano imaginativo todo lo que a la postre, en un trabajo de “carpintería”, el hombre pudiese edificar.