David Lynch nunca te va a dar lo que estás esperando, principalmente porque su carrera se ha basado en no complacer a nadie y no poner en riesgo su talento ante las modas ni imposiciones.

Pero incluso siendo muy consciente de esto y como admirador declarado de su universo, nunca me ha dado lo que he esperado de cada proyecto (exceptuando en Mulholland Drive quizás). En Carretera Perdida me estaba esperando algo estilo twin peaks. En Una Historia Verdadera me esperaba algo como Carretera Perdida y en Inland Empire me esperaba algo como Mulholland Drive.

Pues bien, visionados los dos primeros capítulos de la tercera temporada, definitivamente no es como esperaba y eso hace que me encante y a la vez agradezca que uno de los mayores genios de los últimos cuarenta años de la historia del cine se haya puesto el mono de trabajo (o de pintor) y nos ofrezca algo tan arriesgado y tan único como excepcional.

Durante el primer capítulo apenas sale Twin Peaks y vemos en cambio Nueva York, un pueblo llamado Buckhorn y diversos parajes como moteles de carretera. Tiene ese ritmo lánguido que ya ha acompañado al director desde Carretera Perdida que hace que acreciente la ansiedad y pone a la vez tan nervioso.

Desde el primer momento está marcando las intenciones que pretende para el resto de la serie.

No piensa hacer una sola concesión comercial como estuvo obligado en la serie original, hecho quizás por el que lleva alejado más de diez años del cine.

Este es el punto principal de la primera entrega, la poca empatía que demuestra con el espectador medio y además no piensa ser benévolo con él. Por eso los agoreros que aseguraban que Twin Peaks nos iba a decepcionar se equivocaban, David Lynch nunca decepciona porque es un artista total, alguien que se renueva constantemente.

Gran parte del enigma de la primera entrega se basa en una extraña máquina, parece un acelerador de partículas, que desconcierta, exaspera y como todo en Lynch tiene una explicación parcial, nunca total. El director siempre sostiene que desvelar un misterio completamente conlleva una decepción, por lo que él solo resuelve una parte en el segundo capítulo mostrando así su talante y dándole categoría al espectador al presuponer su inteligencia.

Lynch tiene un perverso sentido del humor, muestra situaciones extrañas que pueden llegar a desesperar por su cadencia y su tensión para convertirse por fuerza en una comedia desconcertante.

Otra de las intrigas a resolver es la de dónde se encuentra el Agente Cooper, tanto tiempo después, ya que en el último capítulo de la serie original, se dividía entre él mismo y su doppelgänger. En este sentido con mucha lógica se confirma que uno (el bueno) está encerrado en la habitación roja también llamada logia negra y otro campa a sus anchas haciendo no el bien precisamente.

Si el primero es muy árido, el segundo capítulo se pasa gran tiempo en la logia negra, que es sin duda el mejor sitio de la serie y donde el director comprende que ha de ser el punto de partida.

Allí se encuentra con viejos conocidos como Philip Gerrard (el manco) quién nos hace cuestionarnos la consciencia del tiempo (¿es futuro o es pasado?).

También vemos a la mismísima Laura Palmer, quién no mentía cuando le dijo que veinticinco años después le volvería a ver. También a su padre, Leland Palmer que parece que cumple penitencia por sus fechorías.

Echamos de menos al "enano", que parece haberse convertido en un árbol con una extraña cabeza muy parecida al bebé repollo de "Cabeza Borradora". Además hay que recordar también que en el primer capítulo, el "gigante" le llega a comentar al buen Dale Cooper: "ahora no todo se puede decir en voz alta" quizás haciendo referencia a los malos tiempos donde el director no pudo tener esa libertad creativa de la serie original castrada por la cadena ABC.

Asimismo, podemos ver a personajes míticos como "la dama del leño", el oficial Hawke, Andy, Lucy, Benjamin y Jerry Horne, el doctor Jacoby, Sarah Palmer, Shelley y James Hurley en lugares como la comisaría, el hotel "Gran Norte", la casa de los Palmer, o el bar "Bang Bang".

Quién se disponga a ver estos dos primeros capítulos solo tiene que recordar una cosa, que la obra cinematográfica de Lynch es como su pintura. No se puede entender si la miramos de cerca e intentamos asimilarla en el momento. Solo se puede empezar a comprender cuando tomamos cierta distancia nos relajamos y comenzamos a disfrutar.