Como en toda disciplinacientífica, en la biología el conocimiento se construye intercalando periodosde progreso gradual con saltos y etapas de estancamiento. El éxito, es decir,el conocimiento de nuevos hechos o procesos (por ejemplo, el hallazgo de nuevasespecies, de mecanismos de reparación celular, o de aplicaciones certeras de lainvestigación fundamental) es fruto del trabajo sistemático tanto como de unplanteamiento orientado a conseguir ciertos objetivos a corto plazo, que a lapostre aspiran a lograr otros fines de mayor complejidad. En ocasiones, a lolargo de este proceso se asiste a potentes saltos cuantitativos y cualitativosen el conocimiento.

Tales avances a menudo severifican con la ayuda de descubrimientos señeros, que a su vez se deben, enocasiones, a casualidades bien aprovechadas. Se puede argumentar que lacasualidad no tiene cabida en la, para algunos, rígida armazón de la ciencia. Peroeso es casi como argumentar que tampoco hay sitio para la curiosidad.

Sí se debe reconocer, encambio, que las casualidades en la ciencia no serían aprovechables si no sediera el abono necesario de atención y de predisposición en el campo de que setrate. Algo así como un entorno preadaptativo favorable, que prepara a loscientíficos a reconocer las piezas codiciadas, los hallazgos, nuevos giros enlos hechos o nuevas apreciaciones y ángulos antes pasados por alto.

Es untópico manido el que la suerte no sonríe sino al que está capacitado y motivadopara sacar algo en claro de ella. Pero es cierto: las causalidades, en ciencia,también se aprovechan con audacia y sentido de la oportunidad.

Para los biólogos, Darwinrepresenta un paradigma o canon de esa misma predisposición: cómo se relacionael proceso científico con la constancia, con la atención concentrada en unproblema, sumado a la perspicacia para realizar observaciones cruciales -sibien con el tiempo podrían aparecer como triviales-, más la capacidad y parsimoniapara construir un cuerpo teórico con gran poder para explicar el funcionamientode la naturaleza; una teoría que, a la vez que simple (o más propiamente, deuna elegante simpleza para el profano que se la encuentra ya hecha) deriva deun enorme y cuidado caudal de muestras, pruebas y hechos discretos.

El origen de las especies” supuso uno de esos saltos de los que sehabla más arriba. Revolucionó la ciencia en general y la historia natural, yaún la historia a secas. En sí misma una teoría inconclusa (como cualquier teoríaque se precie) alteró, como revulsivo de creacionistas y del dogmatismoreligioso imperante, la concepción que nuestra especie tenía del mundo y de símismo.

Darwin pasó cinco años viajandoalrededor del mundo enrolado como naturalista en el Beagle. A su regreso aInglaterra, se encerró en su villa de la campiña de Shropshire y dedicó elresto de su vida a afanarse sobre los datos que había recopilado en el viaje dedescubrimiento. Su labor no se ciñó, sin embargo, a lo recabado en el viaje, yla imagen de un Darwin enclaustrado no es, en todo caso, totalmente certera.Amplió el abanico de sus pesquisas, reunió nuevas pruebas, estableció unnutrido intercambio epistolar con otros sabios y estudiosos. De su febrilactividad en diversos campos de la historia natural habla el cúmulo deobservaciones, experimentos y elaboración de escritos en los que invirtió suexistencia, concibiendo y dando cohesión a un cuerpo de evidencias sin parangónen la historia de la biología, acerca de los mecanismos de variación de lasespecies.

La ciencia se parecebastante a un edificio al que se le van añadiendo plantas y habitaciones a loalto y a lo ancho, pero esto debe hacerse sobre unos cimientos sólidamentefundados. Si la base es débil, es probable que los cimientos de esos edificios,léase de una o más ramas de la ciencia, deban ser revisados y, frecuentemente,vueltos a poner, cosa que ocurre con cierta frecuencia.

En no pocas ocasiones loscientíficos han debido pues superar viejas adhesiones a creencias, dogmas,doctrinas, métodos, y teorías que, con la llegada de nuevos hallazgos y detécnicas mejores, debieron ser reconsiderados. No pocos dogmas han debido serreformulados o matizados, como el dogma central de la biología molecular, quedice básicamente que la información genética sólo puede fluir desde el ADN alARN y a las proteínas, nunca (lascursivas son mías) a la inversa.

Un profesor de zoología nos repetía siempreque en biología la excepción es la norma. Y se han descubierto dichas excepcioneso vías alternativas de frustrar a los dogmáticos irreductibles. En el dogmamolecular, se han encontrado tres: los priones (proteínas autoreplicantescausantes del llamado mal de las vacas locas), las ribozimas (ARNautocatalítico que se puede replicar sin mediar el ADN ni proteínas), y algunosretrovirus que pueden sintetizar ADN a partir de ARN.

La propia palabra “dogma”tiene por tanto connotaciones religiosas y fijistas,por lo que su uso en ciencia no se suele interpretar correctamente. La RealAcademia Española ofrece la siguiente definición de dogma: “Proposición que se asienta por firme ycierta y como principio innegable de una ciencia”.

Por lo mismo, la palabra“doctrina” debería usarse con discreción en el vocabulario científico. Pocosprincipios son innegables en ciencia, o por lo menos, pocos principios son incuestionables.

El propio mundocientífico puede llegar a ser (y de hecho es) doctrinario y dogmático, decarácter confesional, religioso, y sectario. Esto sucede así porque haypersonas dispuestas a defender puntos de vista de forma radical sin atender aotros. Y porque hay no pocos científicos que deifican a las mayores figuras dela ciencia (Darwin, Newton, Einstein), cuyo trabajo están dispuestos a blindarde toda crítica y revisión ulterior. Pero también hay científicos que profesanfe religiosa. No hay nada que objetar, salvo cuando incluso en centros deinvestigación punteros hay ultracreacionistascuyo trabajo consiste casi en exclusiva en tratar de desmontar las tesis evolucionistas conargumentos demagógicos.

El propio Charles Darwin,por poner un ejemplo meridiano, siempre mostró la mayor de las humildades einseguridades acerca de sus propias ideas evolucionistas. Hoy mismo uno puedeoír preguntas tales como: ¿Tú crees en Darwin? Yo estoy dispuesto a afirmar quesoy ateo pues no creo en Darwin, porque Darwin no precisa que nadie crea en él:no es materia de fe.