José Luis García-Palacio, que es presidente de Asaja en Huelva y ganadero, ha dicho que: "si desapareciera el toro, se perderían las más de 500.000 hectáreas de dehesa, por lo general las de mayor calidad, que ocupan las 1.100 ganaderías españolas". En cuanto a que sean las hectáreas de más calidad, depende de para qué; lo son seguramente para el toro bravo en sí, pero, ¿lo son para la preservación de otras especies silvestres o pastoriles, para otras formas de explotación agroganadera, o para otras vertientes de promoción de la biodiversidad y la economía?

Es sintomático que los ganaderos de lidia, que lo son por vocación y/o tradición familiar, no ganan para cubrir gastos; no pocos ganaderos de lidia se costean ellos mismos su explotación; muchos propietarios de dehesa de ganado bravo, o todos, lo son porque disfrutan con este tipo de actividad tradicional. Muchas personas interesadas en preservar la tradición del toreo muestran su preocupación por una hipotética desaparición de las dehesas ibéricas a causa del abandono de las corridas de toros. Pero, los toros bravos y la actividad ganadera y tradicional asociada a ellos, ¿tendrían que desaparecer si se prohíben los espectáculos taurinos? Cada vez más voces autorizadas creen que no tiene que ser así.

Otros usos de la dehesa pueden ser compatibles con la conservación de la cabaña brava sin que sea condición ineludible el que se destine en último término a "la fiesta nacional". ¿Es esta idea algo tan carente de realismo? ¿Por qué habrían de desaparecer los toros, la variedad vacuna de lidia y todos sus prototipos raciales?

En mi opinión, no es necesario apelar a ese extremo.

El toro bravo presenta en España una elevada diversidad de tipos (de fenotipos, la expresión externa del genotipo o información genética) que hablan de un largo proceso de selección y cría que ha resultado en un amplio elenco de variedades geográficas bovinas, no ya solo de lidia sino criadas con otros fines.

Esto tiene un valor innegable, etnográfico, cultural y biológico. No sería positivo desprenderse de esa diversidad. Se perderían indudables valores etnográficos: se trata de variedades criadas artificialmente, que han surgido y evolucionado de la mano humana. Ahora bien, a una escala biosférica, es más que probable que la desaparición del toro bravo no suponga una tragedia para la estabilidad de ningún ecosistema, si lo comparamos, por ejemplo, con la pérdida de especies salvajes como el lobo, el oso pardo, o el lince ibérico. Este felino no favorece precisamente aquellos ambientes idóneos para el toro bravo, que son más abiertos que los que prefieren el gran gato. Gran parte de esa diversidad "artificial" está ya amenazada por el abandono del campo, en un proceso que no parece que vaya a detenerse si no ayudan los gobiernos a revertirlo.

Tampoco recibe ayuda suficiente la "otra" diversidad, la silvestre.

Se ha dicho que la extinción de los espectáculos taurinos (en general), si es que ello comportara la desaparición del toro bravo (hemos discutido esto antes), implicaría la desaparición de las dehesas. Hay también mucho que debatir a este respecto, con permiso de los taurófilos furibundos. Es posible en cualquier caso que la desaparición del toreo causara la extinción de una forma de entender la dehesa, que es cosa bien distinta. La dehesa sufre sus propios problemas de conservación con independencia de las explotaciones ganaderas que alberga (y a veces dichos problemas se asocian con sus propias actividades, un aspecto en el que se sigue investigando).

La dehesa debería protegerse por ley con independencia de que cobije o no ganadería brava. De hecho ya recibe protección legal. Por ejemplo, la Ley -autonómica andaluza- 7/2010 para la Dehesa especifica: "la Directiva 1992/43/CEE del Consejo, de 21 de mayo, de conservación de los hábitats naturales y de la flora y de la fauna silvestres, contempla como hábitat de interés comunitario los bosques esclerófilos para pastoreo, de los cuales la dehesa es sin duda el elemento más representativo."

Aunque nosotros los humanos no vivamos hoy del matorral mediterráneo o del bosque esclerófilo puro, al menos de una forma manifiesta (cuidado: los ecólogos dirían que sí y que nuestra calidad de vida depende de ello en gran medida, y tendrían razón), es ése es el ecosistema ancestral a proteger con mayor encono.

No en balde es el más sometido, escaso y fragmentario, con retazos (algunos rodeados de dehesa) donde subsisten todavía la rareza y la biodiversidad nativas, y cuya salud garantiza en un grado que no imaginamos la calidad de vida en nuestra sociedad.

La dehesa es por definición una sabana arbolada donde dominan un estrato herbáceo bajo otro arbóreo disperso, de donde se ha eliminado en gran parte el estrato arbustivo, que es a la sazón la marca del ecosistema primitivo, por el que especies bandera como el lince ibérico son querenciosas. Hay estudios científicos que aconsejan hacer rotaciones que permitan el crecimiento arbustivo pues éste puede servir de amparo a la germinación de las quercíneas.

Por otro lado, antiguamente el ganado era trashumante y las dehesas eran ocupadas temporalmente, con lo que la intensidad de pastoreo no superaba la capacidad de regeneración para una segunda ronda que garantizara la recuperación del arbolado a medio plazo. Hoy casi se ha abandonado la trashumancia, con efectos evidentes.

Hay unas 600.000 has de dehesa dedicadas a ganado bravo, repartidas entre unas 1100 ganaderías. Esto supone alrededor de un 20% del total de la superficie cubierta por dehesas en España, que asciende a unos 3 millones de hectáreas. El otro 80% de dehesas no dedicadas al toro de lidia representa una variedad de usos importantísima. Sólo las dehesas de Sierra Morena en Andalucía protegen más de 420.000 hectáreas que están declaradas Reserva de la Biosfera por la UNESCO.

Se trata de una de las áreas protegidas de mayor extensión de Europa.

Si el único valor que atesorara la dehesa es el mantenimiento de toros de lidia, ¿no se estaría soslayando todo el restante y amplísimo catálogo de servicios ambientales y económicos que rinde este ecosistema humanizado?

Otras especies y elementos objeto de aprovechamientos en las dehesas son, en un recuento no exhaustivo, los siguientes: caballos (la ganadería equina entraña también una alta diversidad genética); cerdos (se alimentan de bellotas y pastan al aire libre en la montanera); ganado ovicaprino; gansos y otra aves; otras explotaciones agrosilvopastoriles muy importantes: leña de las podas; corcho de alcornoque, con valor creciente en las últimas décadas; bellotas para infinidad de usos (licores, dulces, etc.); otros productos del algarrobo (muchas aplicaciones en repostería), de la encina y el alcornoque; miel y otros productos apícolas (cera, polen); productos vegetales hortícolas y silvestres: patatas, garbanzos y lentejas; hierbas aromáticas; espárragos; setas; vinos; la variedad de quesos puros es elevadísima: de oveja, de cabra, de vaca, de mezcla; el agroturismo, un valor en alza; la educación ambiental, el excursionismo, senderismo, cicloturismo y otros "-ismos".

Incluso la caza y la pesca. Muchos son los ganaderos conscientes de la necesidad de abrirse a la sociedad, y muchos han optado ya por dar a conocer sus dehesas a los visitantes. La propia tradición familiar y el apego al lugar y a la actividad es un elemento digno y legítimo de conservar.

Habría que aducir, por descontado, los estrictos valores de conservación de la fauna y la flora silvestre y los procesos ecosistémicos que este entorno cobija: el efecto de reservorio biológico para otros hábitats y ecosistemas próximos, el papel en el mantenimiento de la biodiversidad y en la captación de CO2. El fin elemental de la dehesa no es otro que la ganadería extensiva de pastoreo, donde queda comprendido el ganado vacuno en todas sus variantes.

Pero ello no excluye la plétora de beneficios que puede otorgar si se opta por la diversificación.

La diversificación de la producción y los usos es ya fehaciente desde hace mucho tiempo. La conservación de la dehesa a largo plazo es más que viable, incluso sin contar con el negocio de las corridas de toros. Éste tiene importancia hoy día en términos de área ocupada y tal vez de empleo. Pero desde luego no es la única faceta de este ecosistema ni el principal condicionante para su conservación a largo plazo. La atracción de población joven al campo puede que tenga que promoverse por una diversidad mayor de los aprovechamientos de la dehesa y con un aumento de los incentivos gubernamentales y ayuda técnica nacional y europea.

Hace falta más investigación para comprender e incluir los servicios ecosistémicos de la cría extensiva de estas razas animales en los intereses tanto públicos como privados en su conservación, en un ecosistema en el que la regeneración arbórea natural está actualmente comprometida.