Toulouse-Lautrec y los placeres de la Belle Époque se denomina la muestra que hasta la primera semana de mayo podrá visitarse en la Fundación Canal, en Madrid.

En la exposición, dividida en cuatro zona, se recrea mediante los 33 carteles del artista francés la vida y las costumbres del París de finales del siglo XIX. Si de retratar una época y un contexto se trata, Toulouse-Lautrec no podía estar solo. Acompañan sus litografías trabajos de artista que, como él, vivieron uno de los cambios más significativos que atravesó la cultura occidental. Así los carteles de Alfons Mucha y Jules Cheret se suman a una muestra que logra retratar no solo la sociedad parisina que disfrutaba de los placeres nocturnos, sino también los inicios de la sociedad de consumo.

¿Qué cambios trajo la modernidad?

Esta modernidad de la que hablamos, introdujo en Francia a finales del 1.800 una idea revolucionaria. El Arte se volvía cercano, los parisinos solo tenían que mirar los escaparates y los soportes publicitarios en los que se anunciaban artistas de moda y nuevos productos para descubrir los trazos de Toulouse-Lautrec, Mucha o Cheret.

La sociedad cambiaría radicalmente y de manera definitiva. La forma de pensar dejaba atrás creencias aferradas en una sociedad burguesa para descubrir los placeres del arte. El hedonismo se convertía en el motor de la vida social afectando las costumbres y los roles.

El hombre que renegaba de su origen

A Toulouse-Lautrec se lo conoce por su trabajo extraordinario, documento de una época trascendental para el arte occidental.

También su aspecto físico a llegado a nuestros días como resumen de que la belleza no está en el aspecto exterior. Él creía que el arte era comunicación y así lo dejó plasmado en cientos de telas y algunos carteles.

Amigo de las bailarinas y los personas distintas al patrón de la época, uno de sus confidentes fue "el deshuesado", un bailarín tan delgado que parecía romperse en cada paso.

Del Moulin Rouge, Toulouse-Lautrec obtuvo mucho más que inspiración. El emblemático local fue el refugio de este pintor que apenas llegaba a 1,50 metros.

Aquí, un joven acomplejado que desde pequeño sufría por las características de su cuerpo, encontró un espacio para canalizar su creatividad. Hijo de primos, nació con una enfermedad congénita que le impedía un normal desarrollo de sus huesos.

En la adolescencia, un accidente con un caballo, empeoró la situación. Algunos sostienen que sufrió lesiones en su columna vertebral y otros que se quebró ambas piernas al caer del animal.

La relación con su padre empeoró con la idea de dedicarse a la pintura. Obtuvo el apoyo de su madre, incondicional hasta los últimos días de su vida, pero no contó con la aprobación paterna. Especialmente por la negativa del joven a seguir las costumbres burguesas de la época. Dejó su ciudad natal y se marchó París, donde nada de aquella vida acomodada pudiera encontrarlo.

Sin embargo, tuvo que recurrir a los cuidados de su madre en varios ocasiones. La ingesta de bebidas alcohólicas, se dice que consumía Absenta en exceso y las alusiones que sufría lo hicieron recaer en su debilitad estado de salud.

Fue ella quien lo hospitalizó tras el episodio de las cucarachas en la pared que Toulouse-Lautrec creyó ver en el salón de su casa y a las cuales disparó hasta dejar la sala en ruinas.

Es de los pocos pintores que pueden alardear de haber sido reconocidos en vida, su talento le permitió vivir de su trabajo. Tiempo antes de morir, a los 36 años, ya había montado su estudio en la prestigiosa zona de Montmartre. Logró vivir de sus cuadros, sin embargo, la implicancia de su trabajo para la historia del arte llegó muchos años después de su fallecimiento.