Fue un tiempo breve, sin embargo, pervive en la conciencia colectiva como una época memorable, a la que el cine y la literatura ayudaron a conservar.

La conocida como Belle Époque comprende los años que van desde la Guerra franco-prusiana de 1871 y el inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914. Tiempos en los que la modernidad comenzaba a vislumbrarse y la sociedad de consumo hacía sus primeras apariciones.

La Primera Guerra Mundial, ayudó a que en el valor de esos años maravillosos, donde el can can y sus bailarinas alegraban las noches mundanas, no se perdiera.

De pronto, todo lo que Europa había vivido antes de 1914 se atesoraba como un ideal, era el paraíso perdido.

Es en eso contexto donde surge la línea de Toulouse-Lautrec, un joven de clase burguesa que había llegado a París escapando de los condicionamientos familiares.

Era frecuente verlo en alguna mesa del Moulin Rouge, con sus carbones y sus papeles. De esas noches surgieron sus pinturas más emblemáticas. A los carteles, aplicó mucho de la técnica japonesa y, claro, de los que había aprendido de su admirado Degás. Los trazos en tinta y el dejo neoimpresionista de su obra han trascendido las fronteras del Arte pictórico para convertirse en un referente de la publicidad.