Afrontémoslo por mucho que ahora lo llamemos bullying, que parece que por ser un anglicismo suena mucho más técnico y sofisticado, el acoso escolar no es un fenómeno nuevo, sino algo que ha existido siempre. Todos hemos sido testigos (o protagonistas), cuando éramos niños, de como un grupo de niños normalmente comandados por un líder se cebaban con otro por lo general más débil y lo hacían por el simple hecho de ser distinto: más gordo, más enclenque, más listo…distinto.

Quizás la mayor diferencia estriba en que antes los niños podían llegar a su casa y olvidarse un rato de lo que ocurría en el colegio, ahora, en esta época donde llevamos una vida tan estresada, los niños tienen un montón de actividades extraescolares en las que pueden incluso coincidir con los mismos acosadores.

Y tienen algo más, el acceso a los medios tecnológicos que posibilitan que ese acoso pueda ser mantenido de forma continuada en el tiempo, el acoso escolar se amplía con el ciberacoso, así el niño agredido no encuentra descanso.

Hace poco un niño de 12 años, dirigía una carta a los que había sido sus torturadores compañeros de clase, “son ustedes unas malas personas” les decía mirándoles a la cara mientras leía en voz alta, sabiendo que iba a cambiarse de colegio. Su madre Paola Giuquich cuenta que lo acosaban por no tener padre.

Pero enfrentarse a los acosadores requiere mucho valor, aprender a reconocer que se tiene un problema del que no se es responsable y contar con el apoyo tanto familiar como institucional.

Circunstancias todas que es muy difícil hacer confluir. La mayoría de los niños acosados se sienten responsables y avergonzados, con lo que no suelen contarlo en casa. Muchas veces los padres no son conscientes del problema hasta que este es demasiado grave, y en los colegios les restan importancia al considerar que son cosas de niños.

Así empiezan a abundar las noticias de pequeños que se suicidan por no poder soportar la situación.

Frases como “para estar así mejor me muero” o “acabé enfadada conmigo misma” constituyen el testimonio de unas víctimas de acoso escolar recogidos en el documental “El silencio Roto” dirigido por Piluca Baquero (Lena, las huellas robadas; lo que se de Lola).

Piluca se pasó un año rodando casos de acoso escolar, en colaboración con maestros, padres, psicólogos, psiquiatras, utilizando el testimonio de niños que lo habían vivido en sus carnes. Para proteger su identidad contó con la colaboración del dibujante Javier de San Juan, que creo dibujos para dar forma a los personajes de la historia.

Piluca se dio cuenta de que a penas había herramientas para explicar a los niños de primaria el fenómeno del acoso escolar, su documental ahora en proceso de postproducción quiere transformarse en una.

Así mismo, el controvertido proyecto de Cuatro, presentado por Jesús Vázquez, “Proyecto bullying” pone el tema en manos de la opinión pública. Existen también asociaciones a las que pueden acudir para recibir asesoría y apoyo las familias de los niños afectados, por ejemplo, la Asociación Madrileña Contra el Acoso Escolar, dirigida por María José Fernández, o la Fundación Anar (Asociación de Ayuda a los Adolescentes de Riesgo) fundada en 1970 por Silvia Moroder en Vallecas (Madrid) y que actualmente ha extendido su proyecto a países como Colombia, México, Perú y Chile.

Las cifras hablan por sí mismas, 2 de cada 10 niños sufren malos tratos o humillaciones y el 17% de los niños de 6 años sufren de violencia física o insultos. Para que se considere una situación como acoso ha de haber una acción (de tipo físico, verbal o discriminatorio) que tenga una continuidad en el tiempo.

Cambiar a la víctima de colegio es convertirla en responsable de su situación. Educar a los niños en la empatía y el aprendizaje emocional, enseñarles a ponerse en la piel del otro y a respetar las diferencias es una labor social que deben emprender tanto padres como educadores y constituye la clave para empezar a minimizar este tipo de problemas.