¿Es futuro o es pasado? Quizá algunos 'haters' tengan razón en este momento y el fuego ya no camine tanto entre nosotros. O quizá no, y hayamos asistido a una genialidad televisiva sin precedentes. Tras 18 inquietantes capítulos, el regreso de twin peaks 25 años después, concluyó en la pasada madrugada del domingo al lunes, dejándonos un poso a los más lynchianos (entre los que por supuesto me incluyo) absolutamente perturbador, pero dudosamente genial.

El regalo de David Lynch que quizá no todos esperaban así

David Lynch vuelve a jugar con nosotros desde el trono de la incoherencia, donde es el rey absoluto.

Reconozcámoslo, nos ha manejado a su antojo en estos 18 episodios, y a algunos les habrá gustado más que a otros formar parte de esta hipnosis del desconcierto... de este exorcismo de doppelgängers dónde nadie sabe quién es quién.

Soy capaz de admitir que cuando Lynch unió sus fuerzas con showtime y anunciaron esta 3ª temporada, jamás imaginé que vería algo así. Denominarme fan incondicional de la 1ª temporada sería quedarme corto, y a pesar del bajón de la 2ª queda claro que aquello significó un antes y un después en la historia de la TV. Quizá ese slogan maldito de "¿Quien mató a Laura Palmer?" tuvo mucho que ver. Seguro que aquellos títulos de crédito y su música también.

Pero este regreso ha sido capaz de descolocarme demasiado y con ganas de encontrar muchas respuestas, aunque paradójicamente, ese es el gran error que puede cometer uno mismo al ver algo verdaderamente lynchiano, y El Regreso no es una excepción; David Lynch volverá a no contestar a ciertas cosas de nuevo.

El nuevo contexto

Los sueños de Cooper y sus paseos por la logia negra, han dejado paso a arrebatadores momentos sobrenaturales que resolvían ciertas tramas a su manera. ¿Error o acierto?

Yo no puedo negar cierta sensación de decepción ante esto con la serie. Su transgresión puede seguir siendo infinita si el tiempo se lo permite.

Qué decir de la ambientación. Realmente, si empaquetamos los ambientes más oscuros de sus últimas películas, jamás obtendremos ni la mitad de tenebrosidad que en Twin Peaks. En ese sentido, el mago Badalamenti y su música sombría han ido mucho más allá.

El entorno sigue siendo incomparable. Los actores han rayado a un gran nivel la mayoría, pero muchos te dejan un sabor en la boca raro, como si hubiesen formado parte de un carrusel de escenas con muy poca sensibilidad, incluso a veces forzadísima, que convergían en capítulos extrañamente construidos y sin un objetivo demasiado definido ni claro.

Su magnetismo final quizá acabe compensándolo todo con el tiempo

David Lynch a sus 71 años, poco más podrá hacer en el cine y la TV. Pocos registros más podrá añadir a su obra, que cualquier admirador del surrealismo cinematográfico que se precie podrá calificar de majestuosa. Muchos nos preguntamos como narices convenció a Showtime para escribir, rodar y emitir un capítulo tan experimental como el 8º en horario prime time. Lynch ha superado fronteras posiblemente nunca antes vistas, y su extraordinario magnetismo le sirve una vez más para desmarcarse de lo convencional, apostando por expresar sus delirios como nunca, de aprovechar el folio en blanco que Showtime le ha dado esta vez, con una frase en la parte inferior que rezaba eso de: "Hazme lo que quieras".

En estos 25 años muchos hemos deseado algo sentir así si a Lynch se le ocurría volver a Twin Peaks, pero en este momento creo que sólo el tiempo y a lo mejor un revisionado completo podrán poner esas sensaciones en un estado de genialidad, y no tanto en uno de ombliguismo, frialdad y hastío.

El regusto es agridulce, sin duda, pero más dulce que amargo, pues Lynch ha diseccionado todo como una película de casi 18 horas controlando absolutamente hasta el último ruido que se salía de nuestra pantalla. Quedarán grandes momentos para siempre en esta pieza críptica y alucinada de un genio desatado en su poder, que ha decidido por sí mismo "que se le vaya de las manos", y nos ha otorgado un nuevo lenguaje audiovisual para la televisión capaz de desconcertarnos más que nunca. Quizá como punto final a su vida y obra. O tal vez no. En ese caso, volveremos a formar parte gustosamente de su exorcismo.