Uno de los principales acontecimientos que alimentaron a la famosa "Leyenda Negra" fue la muerte del príncipe don Carlos, que fue atribuida a Felipe II por muchos enemigos del monarca.

La historia fue lanzada por Catalina de Médicis, pero sobre todo alcanzó fama con la Apología de Guillermo de Orange, publicada poco tiempo antes de ser asesinado. Esta obra fue clave para popularizar la "Leyenda Negra" por toda Europa y servir de arma propagandística en aquella época. Incluso, a día de hoy, muchos autores han asumido esta pseudohistoria como cierta.

La leyenda venía a contar que el príncipe don Carlos se enamoró de Isabel de Valois, tercera mujer de Felipe II que era su propia madrastra. Conocedor del amor que profesaba a la reina, el rey mandó prender y asesinar a su hijo de forma secreta y luego hacer ver que la muerte había sido natural.

Sin embargo, este relato no se sostiene y las probabilidades de que fuera cierto es prácticamente nula.

El verdadero don Carlos

El príncipe Carlos tenía una fisiología enfermiza y unos rasgos psicológicos tarados. El embajador veneciano Federico Bodoaro escribía del príncipe que "tenía la cabeza desproporcionada, era débil de complexión y tenía un carácter cruel". Juan García Atienza en La cara oculta de Felipe II cuenta alguno de los extraños gustos de este príncipe, como ver a animales de caza siendo asados vivos.

También cuenta una anécdota de que en una ocasión arrancó de cuajo con un mordisco la cabeza de una tortuga, o que obligó a comerse unos chapines a un zapatero porque éstos le apretaban demasiado.

El sádico hijo de Felipe II era un entusiasta violento de la guerra y despreciaba a su padre porque no emprendía tantas batallas como él quería.

Además quería solucionar los problemas de Flandes él mismo sin contar con el monarca. Sin embargo, sus órdenes de arrojar a sirvientes por la ventana, sus ganas de huir ir a los Países Bajos (era un foco de rebelión en los dominios de Felipe II) y el intento de apuñalar al Duque de Alba, hicieron que el soberano tomara una decisión en contra del que debía ser su heredero.

Sus problemas mentales venían de la consanguinidad tan conocida de la Casa de Austria, pero se acentuaron cuando se cayó por las escaleras en Alcalá de Henares. El accidente le provocaron graves daños cerebrales y casi acaban con su vida.

La noche del 18 de enero de 1568, Felipe II decidió tomar cartas en el asunto. La inestabilidad mental de su descendiente era evidente y, a pesar de quererle como hijo que era, era consciente de que no estaba capacitado para reinar. Por tanto, se acercó junto a su Consejo a los aposentos donde descansaba don Carlos, le requisó su espada para que no hiciera ninguna tontería y le prohibió salir de aquellas estancias, siempre vigilado por un guardia permanente.

Al día siguiente, mandó una misiva a todos los embajadores y nobles donde comunicaba los motivos que habían provocado el confinamiento de su hijo.

La desesperación de don Carlos al estar encerrado hizo que su locura se acrecentara. Sigue relatando García Atienza que se dedicaba a escribir listas, en orden de preferencia, de sus amigos y enemigos, donde Felipe II siempre estaba como su principal rival. El rey imploraba a Dios que dictaminara justicia con su descendiente, pero don Carlos falleció el 24 de julio de 1568 por las huelgas de hambre que realizaba. Fue enterrado en el convento de Santo Domingo el Real (Madrid); después trasladado al Panteón de El Escorial, donde en la actualidad reposan sus restos. Restos que recuerdan las locuras del que debió ser el próximo soberano y que se convirtió en arma propagandística para los enemigos de Felipe II.