En la carrera de San Jerónimo se encuentra la sede de la soberanía popular. Es una cámara baja (ciertamente, una persona alta toca con la cabeza el techo) en la que sus señorías expresan sus opiniones de manera agitada, legislan y discuten acerca de sus normas y, si no tienen mucho que hacer, controlan a los Ejecutivos que entran y salen. También puede ocurrir que aquí se discuta (y se redacte) el contenido mismo de la Constitución del país. Hablan todos a la vez, cuando están; y hay silencio sepulcral si y solo si no está ninguna de sus señorías.
En estas Cortes Generales de corte particular, no está bien visto escuchar al orador cuando sube a la tribuna.
El Presidente de la institución llama desde su lugar privilegiado en la Cámara - camarera, camarero, palabras cuyo origen se encuentra justamente en el vocablo cámara; nada es casual - a ponentes, organiza el turno de discusión, y tramita diversas propuestas de sus señorías. Si se aburre, puede que juegue al Candy Crush, pero por regla general estará hablando con los ayudantes. Una función clave de la Presidencia de la Cámara es distribuir el orden del día entre sus señorías: les Marca los contenidos esenciales, y les comenta aquello que importa más en El País y en El Mundo. Y sus señorías, prestos, lo discuten y debaten vivamente.
La distribución de los escaños es diversa. Sus señorías se juntan por grupos, según su afinidad - política, personal, e incluso conyugal - y actúan en masa. Cuando su señoría prende la palabra, lo hará con elegancia, si le conviene, o quizás con retranca, o con palabras airadas, o aireadas. Pero la siguiente reacción será segura: los suyos vociferarán alegres; los no suyos, que en la jerga parlamentaria difícilmente serán compañeros, sino más al contrario, enemigos, se mostrarán tristes, descontentos, enfadados, ruidosos - lo que se haya dicho, si es verdad o si es mentira, dará igual.
Y es que es éste nuestro Parlamento, y son estos nuestros bares. El primero parece el segundo, y las tantos miles de los segundos, esparcidos por el país, se asemejan al primero. Hecha esta reflexión sobre el parlamentarismo español, y habida cuenta de la historia de nuestros bares, cafeterías, y tabernas, ¿acaso no podemos decirnos ser la democracia más fuerte - y aún, la más antigua - del mundo?