Toca a su fin mi andadura por tierras castellano-leonesas. He de reconocer que no hace mucho tiempo, yo también pertenecía a ese grupo de españoles que se dedica a mancillar nuestro maravilloso país. Todo eso cambió hace ya algunos años, y es que, vivir en más de tres países diferentes, te otorga la posibilidad de valorar como se merece España: su gastronomía, su cultura y su historia.
En estos días he vuelto a tener la sensación de vivir en el mejor país del mundo. Pocas son las ciudades españolas que no esconden auténticos tesoros históricos, artísticos y culturales.
Si hablamos de Castilla y León (esa gran desconocida), las sorpresas todavía son mayores. En apenas cinco días he tenido el privilegio de visitar la cuarta universidad más antigua del mundo (Universidad de Salamanca); presenciar frescos del siglo XII a menos de un metro; conocer la tumba de Juan Lucero, obispo salmantino que acompañó a Alfonso XI hasta Andalucía en plena reconquista y todas las mañanas celebraba una misa para el ejército español allá por el año 1339. Conocer la primera fábrica donde nuestros Reyes comenzaron a acuñar las primeras monedas en serie; sostener con mi mano una moneda original de 1775 con la imagen de Carlos III. Sentarme en la mecedora donde Unamuno pasaba largas horas leyendo; coger ¡el bastón original!
que utilizaba para pasear por los campos de Salamanca; ver escritos originales de él; leer sus notas personales donde apuntaba en orden cronológico los más de 6.000 libros que tenía; ver y tocar las plumas con las que escribía y estar en el mismo lugar, donde cada día se tumbaba a escribir con su atril personalizado.
Pensar que estás exactamente en el mismo lugar donde los grandes intelectuales de nuestra historia escribieron sus obras maestras (sí, ya sé que no estaban a la altura de Iglesias o Ada Colau), es una sensación indescriptible que merece la pena vivir.
Por si esto fuera poco, por las noches duermes observando una obra de ingeniería de ¡más de 1850 años de antigüedad! (el Acueducto de Segovia). No existe otro país, por suerte conozco unos cuantos, donde puedas sentir, tocar y vivir, tan de cerca la historia.
Ir caminando por las calles de nuestro espléndido país y toparte con un cartel que dice: ‘’Aquí vivió Abraham Seneor’’ (el tesorero de confianza de los Reyes Católicos), entrar y descubrir un legado histórico único, pasear rodeado de decenas de iglesias románicas, góticas y renacentistas, contemplar grandes catedrales, visitar centros que contienen objetos desde la época romana hasta el siglo XVI, etc.
es un privilegio que sólo es capaz de otorgarte España.
Pero todo esto choca con la necedad y el pesimismo propio de los españoles, convencidos de que vivimos en Liberia y acostumbrados a poseer maravillas que no merecen. No somos capaces de valorar nuestro patrimonio artístico, histórico y cultural, si bien es cierto, porque muchos creen que esto es lo normal, lo típico que tiene cualquier país, cuando es evidente que no lo es. Seguramente me ha ayudado conocer otros países antes de conocer el mío propio en profundidad, seguramente sin haberlo hecho, yo también podría pertenecer a ese selecto grupo de idiotas que desprecia todo lo que es nuestro y se dedica, víctimas de su ignorancia, a alabar países y sistemas que desconoce por completo.
Está claro que en la vida puedes elegir todo menos dos cosas: tu familia y donde naces. Por ello, yo no me siento orgulloso de ser español porque no he hecho nada para serlo, sino que me siento afortunado de haber tenido la suerte de nacer en este país, que a pesar de sus defectos tiene más virtudes que cualquier otro.
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