Uno de los lugares comunes a los que suele acudirse al tratar de argumentar el deseo de lograr la independencia es el “sentirse catalán”, paralelamente se hace uso de la falacia de nación cultural. Elemento inexistente más allá del arbitrio del que lo propone. Ambos elementos de fundamento adolecen de cierta indefinición por qué: ¿La vía eslovena?

Qué es sentirse catalán y en que consiste

Alguno se sentirá tentado de aducir que es la lengua vernácula la que constituye la catalanidad, pero, esto sólo sería cierto en el caso de que todos aquellos, cosa difícil de demostrar, que hablen catalán estén de acuerdo con esta premisa.

Esta lengua se habla en otras comunidades y en alguna isla perteneciente al archipiélago italiano, no parece que éstos se hayan manifestado en favor de la proposición de secesión del país de España y por extensión Italia.

Otros defenderán que existen unas fronteras históricas que delimitan el territorio. El problema que subyace reside en dónde situar la línea. Esto depende siempre de un cuándo, en qué momento se optó por una división u otra, y también está sujeto al arbitrio del que lo decida. Ya que ninguna provincia ha sido "desde siempre", los cambios forman parte consustancial a los intereses más o menos legítimos de cada momento a lo largo de la historia.

Parece, por tanto, difícil de justificar desde esta óptica la catalanidad o el llamado sentimiento catalán.

Las diferencias que no existen

También se trata de justificar con el manido recurso de “nación cultural” en principio una entelequia ya que no existe como figura jurídica. Se pretende que el bagaje moral, las costumbres (recordemos que moral deriva del latín “mos more” que significa precisamente costumbre), hagan una clara diferencia entre unos pueblos y otros, pero de existir: ¿En qué consisten estas diferencias? Desayunan, trabajan, duermen, hablan, se divierten y van a la playa. Entre otras muchas cosas, pero todas ellas se pueden resumir en la célebre cita de Terencio: Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno”.

Por otro lado, parece ser que quieren dejar de pertenecer a España y seguir perteneciendo a Europa, curiosamente ya pertenecen a Europa perteneciendo a España. No da la impresión, al menos a priori, de que esto suponga cambio alguno.

Efectivamente dejar de ser parte de un país pero pretender seguir formando parte del mismo marco económico del país que se pretende abandonar parece esconder otros intereses que están sitos bastante lejos de las indefiniciones anteriormente citadas. Así que el sentimiento catalán o de catalanidad está más situado en el Euro que en los “castellers” y las danzas populares.

En última instancia resulta ser un problema económico y una distracción para un pueblo que aturdido sigue de forma acrítica las directrices de quienes tienen intereses particulares sin considerar su realidad diaria y objetiva: es el independentismo en crisis.