Es leer “Fulanito hace tal cosa y arde Twitter” y sentir la necesidad de saciar mi curiosidad. Llámenme ingenuo por ser aliado del click facilón. El instinto de descubrir lo que destila fragor en internet es débil, no nos vamos a engañar.

Los navegadores de la red se echaron al cuello, lingüísticamente hablando, de la periodista de Mediaset María Gómez al manifestar en el directo de una sección desenfadada lo atractivos que le parecían los futbolistas de la selección de Marruecos.

Un degüello mediático precedido por un percance en el que la periodista entrevistó a un aficionado español y tras formularle la pregunta le espetó "¿Tú cómo te llamas, guapa?".

El desafortunado comentario y la respuesta de la periodista replicándole que lo de guapa sobraba se hicieron virales en cuestión de minutos. Esto fue un pedazo de carne más al cocido, ya que Gómez denunció días anteriores en su red social el acoso hacia su persona y al resto de reporteras tras ser abordada hasta en dos ocasiones por aficionados con pretensión de besarle, o que se llegó a realizar al menos en una ocasión.

Los ejercicios de empatía hacia todas las partes desempeñan un rol vital. Es completamente natural que María Gómez perciba infamada su dignidad como periodista e igual de natural es que haga eco de su malestar.

Nadie tiene derecho a empañar o torpedear la labor de una reportera de forma tan soez.

El problema viene, querida Maria "guapa", cuando tu condena al acoso o abuso la expresas atribuyendo una causalidad de género, señalando unilateralmente como infractor a uno y, por consiguiente, proclamando protección del mismo modo para el otro. Eximiendo a unos de infringir y a otros de padecer no es el camino recto para la unanimidad.

Tampoco me parece el camino condenar que una periodista alabe los atributos físicos de una selección de futbolistas, por mucho que se salga del guion que su cargo le insta y se oponga a que le digan "guapa". Porque en nuestro país, todo español lleva dentro un Nelson Mandela que le espolea a impartir doctrinas morales al resto y ello no implica caer en el pecado de la incongruencia.

Por eso, no sobra el "pibones marroquíes" ni el "alguién tendrá que consolarles o invitarles a un zumo". El discurso pseudomoralista unidireccional es lo que sobra.

Hay que ser consecuentes

Llevar la corrección política a parámetros cogidos con alfileres es la antesala de una censura expresiva insana. En la previa inicial al torneo de Wimbledon, una periodista le comentó a Roger Federer que le veía más guapo que el año pasado, a lo que el tenista reaccionó agradeciendo el cumplido entre el jolgorio del resto de presentes en la rueda de prensa.

Este sí me parece el camino. Señalar cualquier exaltación de la sexualidad bajo el lema de la cosificación resulta una trivialidad osada y perjudicial para la cosificación real que transforma en inertes el resto de sentidos y valías personificados en una figura humana.

Mis disculpas por no ser cómplice del totalitarismo a la carta y resistirme a seguir esa lógica aturdida con relaciones de coerción. Allá cada uno con sus 'cadaunadas'. Mientras tanto, sigamos pidiendo sopitas, que parece ser que consuela.