Save The Children España lanzó una petición a la UE donde exponía que la mitad de las escuelas en Siria han sido destruidas por la guerra. Y es que estos días, que puede que no veamos en la prensa ni en prime time en las televisiones, están siendo arrasadas vastas extensiones de Siria. Los ejecutores son EEUU, Francia y Reino Unido. DonaldTrump, con su tono irónico y siempre mesiánico, dijo: "misión cumplida" en su Twitter, al tiempo que supimos que EEUU probó un misil invisible. De hecho, la Casablanca planea una nueva ofensiva de mayor envergadura.

Hace menos de un año, y ante las circunstancias que rodearon la masacre ocurrida en Barcelona, rondaban ya ideas en el pensamiento colectivo en nuestro país, unas ideas que cobran mayor sentido aún hoy. Sólo se puede mostrar repulsa extrema. Repulsa ante los violentos. Y debe ser ese desprecio igual ante el hombre blanco que ante el hombre negro, independientemente qué fuente brote la ira.

Porque es cierto, desde hace bastantes años nos están masacrando: Madrid, New York, París, Londres, etc. Nos venden eso y nos exponen continuamente desde los medios de masas. Y es extremadamente duro y complejo comparar víctimas, porque ciertamente es un juez terrible la muerte, pero en España ETA se llevó décadas haciéndonos estallar por los aires o poniéndonos balas en la nuca.

Y esto sale a la palestra por el racismo que impera ya en todo el mundo, multiplicándose cuando ocurren atentados como el último del pasado agosto de 2017 de Barcelona cuya mano ejecutora es evidentemente el Yihadismo islámico, el autodenominado “Estado Islámico”. Y esto no es el Islam en absoluto.

Cuando uno recibe muerte y miseria, ¿qué queremos que de? No pidamos una suite de piano

Y todo empieza porque nos odiamos, cuando queremos lo que tienen otros, y civiles inocentes pagan la cuenta. Y esto parece que se ha convertido últimamente en la línea principal de la política internacional. El odio llama al odio. Y ya cuando jugamos a Las Cruzadas en Irak, creyéndonos Ricardo Corazón de León, Barbarroja y Felipe II Augusto frente a Saladino, fue el esperpento superlativo.

Sólo que se llamaron Bush, Blair y Aznar. Y algunas décadas antes en Afganistán, intentando robar el petróleo que nos dio la gana. Sí, nosotros, los blancos, la raza aria y pura del sueño del III Reich.

Cuando uno recibe muerte y miseria, ¿qué queremos que de? No pidamos una suite de piano, no pidamos bondades. Y no es una justificación en absoluto. En un mundo salvajemente globalizado, donde lo que ocurra en la punta del ínfimo país más lejano tiene su eco en el barrio de al lado. Cuando las tragedias sobrepasan más allá del Mediterráneo, parece que importa un bledo. Seguimos siendo selectivos con las víctimas, y no lloramos igual por un niño muerto de Bélgica que un niño de Siria. Y allí la tragedia es cotidiana.

La muerte es cotidiana. Allí hay pocos medios informando del expolio humano porque parece que nos hemos acostumbrado a ello, que ya no es noticia, y por ende no es rentable y a nadie interesa. Y por eso somos hipócritas. Como en un artículo el gran Luis García Montero decía: "¿Todos somos Gabriel? No, somos más bien Ana Julia Quezada", en relación al asesinato del pequeño Gabriel, en Almería.

Cuando se vocifera eso de que “hay que echar a los extranjeros por nuestro bien”, que es que “estamos dejándoles entrar”, cuando damos por bueno el racismo extremo, donde el país más potente del mundo tiene por presidente al más xenófobo de la historia reciente, ¿qué queremos? Lo que estamos haciendo es como hacen las tribus africanas, danzar para que ocurra.

O como en la Prehistoria: pintar a un cazador alto y versátil corriendo con una lanza y disparando flechas a un caballo. A eso se le llama “magia simpática”; pintar tan exactamente la representación para que realmente suceda. Y no estoy justificando nada, sólo expandir ciertos puntos de vista. Macron dijo tener pruebas de que se usaron armas químicas, y por ello responderá. Y nos justifican los ataques.

Lo que estamos haciendo es como hacen las tribus africanas, danzar para que ocurra

Si los españoles también nos matamos entre nosotros, no hace falta a nadie más allá de nuestras fronteras. Pregúntenle al señor padre de Marta del Castillo, o a los hijos de José Bretón. Hay más casos. No vale justificaciones para asimilar como obvio que lo mejor es una expulsión, al estilo de los Reyes Católicos, de todo lo que creemos que es distinto a nosotros.

No estamos en 1492 aunque algunos quisieran, aunque muchas personas tengan la mentalidad del bajomedievo. No podemos creernos esas justificaciones, como digo, y decir que “sería lo mejor para todos expulsar al extranjero”, aquel que represente todo lo que creemos que es distinto a nosotros. O mejor “no dejar entrar” como si España no fuera un campo sembrado de sangre fenicia, griega, vikinga, cristiana, judía, árabe. Y es que si a un niño sirio lo estás ya juzgando por ser un terrorista en potencia, estás realmente sembrando el odio en su mente. Y todos sabemos que los niños no nacen racistas ni tampoco odiando. Eso sí, al extranjero “del billete”, del petróleo, al Messi o Ronaldo, al jeque árabe o magnate ruso, que entren.

Pero una sociedad avanzada preferiría a Gandhi, a Martin Luther King, Teresa de Calcuta (que nació en Albania).

Como seres humanos, debemos llorar a los muertos de Barcelona, a las víctimas que iban por Las Ramblas, de la mano, una buena tarde de agosto y se encontraron de golpe con la muerte, de forma súbita. Pero también llorar amargamente por el cuerpo encontrado en cualquier playa de Europa, a ese sin nombre que un día también fue niño y dejamos solo y huérfano.