Naná, como cariñosamente llamaba a mi abuelita materna, me contaba cuentos infantiles e historias interesantes de su vida, transcurridas en su tierra natal, el Ecuador.
Ángel de la Guarda
Entre estas, me contó de varias experiencias amenazadoras y de crisis personal que tuvo que afrontar, como un terremoto a principios del siglo pasado que devastó su ciudad cuando ella aún era una niña, al igual que una peste terrible que azotó también su país con brotes de fiebres altas, rabia y otras afecciones producto de la proliferación de ratas que invadió la ciudad causando muchas muertes.
También su traumática separación por adulterio y abandono por parte de su esposo con quien poseía una próspera y afamada fábrica de sombreros, la cual se arruinó y quebró al quedarse sola.
En fin, son las historias que más recuerdo de mi abuela y más aún cuando me confesó que en todas esas dramáticas vivencias, cuando llegaba al punto de quebranto o desesperación, siempre rezaba a su Ángel de la Guarda, el cual nunca la abandonaba y llegaba a su auxilio explicándome que él mismo era como una presencia divina que le hablaba.
Pero no le hablaba al oído, sino que dentro de su mente, dándole sosiego, serenidad, calma y después de lograr ese estado le daba sabios consejos y recomendaciones que siempre la ayudaban a no desfallecer y salir airosa de estas situaciones.
"Por eso hijo no dejes nunca de rezar y pedirle a tu Ángel de la Guarda que no te abandone", me decía.
El tercer Hombre
Solo después de leer el libro de John Geiger, llamado “El tercer Hombre”, fue que me animé a contar la historia del Ángel de la Guarda de mi abuela y de mis propias vivencias y experiencias referente al tema, que narraré en el capitulo siguiente.
En este libro Geiger narra con lujo de detalles su propia experiencia y la de otros expedicionarios, exploradores, aviadores, viajeros solitarios, alpinistas, submarinistas y hasta de un oficinista del World Trade Center, que al encontrarse en situaciones de vida o muerte, extrema angustia, estrés o al límite de sus fuerzas, por situaciones originadas ya sea por fenómenos naturales como avalanchas, terremotos, cataclismos o por errores humanos, fallas mecánicas, atentados, etc., han sobrevivido milagrosamente.
Pero no sin la ayuda de un tercero, de ahí el nombre del libro “El Tercer Hombre” así llamado por su autor John Geiser, basado en el origen del Factor del Tercer Hombre Extrayendo fragmentos del mencionado libro, donde cada uno de los protagonistas de estas experiencias han querido, con sus propias palabras explicar o dar sentido a esta ayuda o apoyo recibido. He realizado la siguiente lista:
- Ángel de la Guarda
- Espíritu Guardián
- Presencia Etérea
- Ser Sobrenatural incorpóreo
- Espíritu guiador
- Compañero protector
- Ser Majestuoso
- Presencia invisible
- Presencia percibida
- Sujeto Próximo a nuestros corazones
- Guía de la providencia
- Ser Invisible
- Intervención sobrenatural
- Grata presencia
- Jinetes Angelicales
- Ilusión sensorial
- Ángel espiritual
- Espíritu de un ser querido
- EL hijo de Dios
- Vívida conciencia física
- Persona ilusoria en la sombra
- Sensación de dualidad
- Disociación en dos personas
Todas estas personas a pesar de darle diferentes nombre o explicación a su percepción de lo vivido, todas coincidieron en algo, y es que esta presencia era de protección, de alivio, de orientación y de esperanza.
Mi propia Experiencia
Un día del mes de abril del año 1990, conducía mi camioneta, cuesta arriba de un cerro en la selvática y montañosa zona llamada “Pijiguaos” en el eje central del Estado Bolívar, Venezuela.
Era en ese momento el ingeniero encargado y responsable de una imponente obra de infraestructura, la construcción de las instalaciones físicas y mecánicas de la mina de bauxita más grande del país, mineral del cual se extrae el aluminio, explotándolo en la cumbre del cerro y bajándolo en enormes e impresionantes camiones roqueros por la estrecha y única vía o carretera de montaña existente.
Esta carretera adicionalmente poseía muchas curvas y la bordeaba precipicios escalofriantes a medida que uno ascendía la misma, lo que la hacía extremadamente peligrosa, sobre todo en época de lluvias ya que toda la vía estaba cubierta de un polvillo color ocre anaranjado propio de la bauxita que colaba y caía por las compuertas de los camiones a su paso.
Esto convertía la superficie de la vía en jabonosa y resbaladiza al humedecerse y en la noche por la poca visibilidad debido a la neblina que cubría la misma. Ya existía un lamentable registro de decesos (muerte) de varios choferes de estos camiones roqueros al precipitarse al vacío cuando bajaban cargados del mineral.
Siempre había subido la montaña en horas del día con sol y buen clima, pero esa tarde se me complico por múltiples ocupaciones en la obra al pie del cerro y me atrasé. Ya eran las 5 de la tarde y todavía había buen sol y el tiempo se veía despejado.
Así que decidí subir sin sospechar que después de cuarenta minutos de recorrido (solo me faltaban como 15 o 20 min. para llegar), una densa, espesa y tenebrosa neblina comenzó a cubrir toda la vía, oscureciendo todo a mi alrededor como un eclipse de sol e impidiendo totalmente la visibilidad de la vía.
Durante fracciones de segundo entré en pánico ya que era como un ciego frente a un volante, no sabía para donde conducir, tenía a mi izquierda el cerro y el canal de los camiones, y a la derecha el abismo del precipicio. Los temores eran varios al mismo tiempo que uno de esos camiones gigantes me llegara y me arrasara completamente para caer al inmenso vacío o para chocar con algún árbol del camino que sería lo mejor que me podría pasar.
No era la primera vez que había estado en situaciones de emergencia, que requirieran toma de decisiones inmediatas al estar en riesgo mi seguridad e integridad física, y cada vez me recordaba de mi abuelita que me dijo que siempre contara con mi Ángel guardián y en efecto en todas las ocasiones que me tocó vivir antes y después de esta experiencia que narro, he salido victorioso y siempre me he sentido privilegiado en ese aspecto ya que siempre voy seguro de mi mismo a todos lados, sin temor a nada, teniendo la certeza que mi Ángel vela por mí.
Pensé que en esta ocasión el final no debería ser diferente a pesar de la gravedad de la misma, y al transcurrir esos segundos de angustia extrema, sabía que si no tomaba la decisión correcta e instantánea mi vida estaba en juego. Me concentré, sentí paz, tranquilidad y como una voz en el interior de mi mente que dirigía mis pensamientos para que actuara, bajé inmediatamente de la camioneta con una linterna que siempre cargaba en ella y con mucha cautela alumbrando el piso caminé hacia la derecha hasta cubrir un recorrido de unos seis metros aproximadamente libre del peligro.
Luego moví la camioneta hacia esa área segura, alejándola de la vía de los camiones y del riesgo del precipicio y volví a hacer lo mismo otra vez hasta estar más seguro y tranquilo, entonces divisé a lo lejos una tenue luz amarillenta, camine hacia ella poco a poco ayudado con la linterna y en una breve disipación de la neblina pude distinguir a cierta distancia una excavadora de orugas gigantesca que era la que extraía el mineral del subsuelo, al saber donde estaba ubicado exactamente me comunique a través de mi radio portátil con el personal de seguridad del campamento, informé mi situación y acudieron a mi auxilio.
Luego de esta, hubo muchos otros episodios de situaciones de riesgo, inclusive la ultima más grave que la narrada, donde estuve involucrado en un aparatoso accidente automovilístico donde mi camioneta se volcó dando muchas vueltas al borde también de un precipicio, sin caer, pero resultando gravemente herido mi amigo y acompañante de viaje. Los que vieron el estado en el que quedó mi vehículo no pensaban que hubiera habido sobrevivientes.
Así y todo resulté totalmente ileso (ni un rasguño) bajo el asombro de los médicos que atendieron a mi amigo y a mí, luego de haberme practicado todo tipo de exámenes radiográficos y físicos. Todos en la sala del Hospital coincidieron que había sido un milagro.
En esta ocasión, adicional a la sensación de recibir en fracciones de segundo instrucciones mentales claras y precisas de actuar instantáneamente, maniobrando el volante del vehículo en contra de la voluntad de mi amigo que era quien conducía en ese momento y se había quedado dormido justamente en dirección al abismo, logrando desviar la dirección del mismo y evitando una muerte inminente.
Minutos antes había sentido también la presencia de alguien que podría describir con cualquiera de las expresiones de la lista enumeradas en el segundo capítulo que extraje del texto del Tercer Hombre, que me alertaba del inmediato peligro, instándome a quitarme el cinturón de seguridad, algo incoherente e incompresible en ese instante, pero que después entendí, pues el techo del vehículo en el área del copiloto en que me encontraba sentado, quedó totalmente hundido y presionado sobre el asiento, que en caso de haber estado atado a mi cinturón hubiera muerto indudablemente.
Concluyendo mi historia
La ciencia ha tratado de dar explicación a este tipo de “fenómeno” como lo podrían llamar diversos estudiosos en las áreas de la psicología, neurología, neuroteología.
En fin las neurociencias, considerando la consecuencia de ciertos procesos cerebrales que algunos de estos científicos han bautizado con el nombre de “mente bicameral”, síndrome del doctor Strandelove, la apertura de la experiencia, ilusiones o alucinaciones sensoriales o complejas explicaciones biológicas y fisiológicas de la química del cerebro, sin excluir algún posible origen metafísico.
No soy quien para descartar ni rechazar ninguna de las teorías y estudios científicos antes mencionados, pudiendo haber o no algo de cierto en algunos de los ellos, y a pesar de esto, en particular no me hace falta analizar ni dilucidar mucho sobre que es o quién es el Tercer Hombre, tema central del libro de Geiser, habiendo sido un sobreviviente al igual que los protagonistas de todas las narraciones del libro mencionado incluyendo la experiencia familiar del caso de mi abuela inicialmente narrado.
Todos coincidimos en que dicha presencia, espíritu, amigo, compañero, la providencia, una grata presencia, como hemos tratado de llamarlo o simplemente el Ángel de la Guarda del que me contaba mi abuelita de niño, surge o se manifiesta en momentos extremos de angustia, desesperación, en que nuestras vidas están en riesgo inminente, ¿quien más puede ser, sino que nuestro Dios todopoderoso, creador del cielo y la tierra, el omnipotente y único ser supremo?
¿Quién más que Dios, que a través de sus ángeles, arcángeles, el espíritu santo o de su propio hijo Jesucristo, nos dice que no estamos solo en ningún momento y que en estas situaciones críticas al límite de nuestras fuerzas y que está en juego nuestra propia existencia, nos los envía?
¿Y porque no como un “Tercer Hombre”?, haciendo así, más vívida que nunca su presencia, permitiendo que nosotros mismos a través de nuestras propias acciones en algunos casos, o de exigirnos un mayor o extremo aguante físico en otros, salvemos nuestras vidas.
Pero me surge la pregunta, ¿Por qué en varias de las narraciones en que por ejemplo grupos de expedicionarios al momento de surgir estas extremas situaciones, no se salvan todos?, ¿porque he conocido personas cercanas que en condiciones adversas se han quitado la vida?
Y yo mismo me respondo desde mi perspectiva y mi propia experiencia, que estas personas que no logran salvarse, son hombres de poca fe o mejor dicho sin fe, vacíos por dentro espiritualmente, que solo profesan pleitesía a lo material, que no soportan momentos difíciles, inclusive y más grave aun no soportan pérdidas materiales, porque no tienen a quien aferrarse, no tienen al espíritu santo en su corazón y mucho menos a Dios como el centro de sus vidas.