Me maté estudiando 5 años en la universidad. Me fundí las neuronas. Me deformé los dedos de tanto comerme las uñas. Me llené de ojeras por estudiar hasta tarde en las noches. Al final, obtuve mi título como periodista. Laurearon mi tesis. Estaba muy orgullosa de mí misma. El paso siguiente fue elaborar mi hoja de vida. Como había obtenido buenas notas, los mejores profesores aceptaron que los pusiera como referencia. Salía bonita en la foto, fue lo único bueno que me dejó un novio fotógrafo a quien había dejado hacía poco. Tenía la frescura de la juventud en la piel, me brillaban los ojos, me había gastado un montón de dinero en un traje de diseñador, que ni se veía en la imagen, pero al menos me daba seguridad y, no sé si sabían, pero la seguridad se refleja en las fotografías.
Nada podía fallar. Era lo suficientemente joven e inexperta para saber que cuando uno cree que nada puede fallar, todo falla.
Primera experiencia
El primero que llamó fue el gerente de comunicaciones de una empresa estatal. No me llamó el subgerente. No me llamó la secretaria. No me llamó un simple asistente. No. El que me llamó ese día fue el mismísimo gerente. Cuando se identificó, al otro lado de la línea, lo reconocí de inmediato porque su cargo era importante; salía en las noticias, ocupaba titulares en la prensa. Dijo tener en sus manos mi hoja de vida. Me llamó por mi nombre, Sara, y su voz resonó en mis oídos como una canción de verano. Tenía en la punta de la lengua mis logros, mis habilidades, mi fortalezas, todas esas chorradas que la gente siempre pregunta en las entrevistas de trabajo.
Pero él no preguntó nada de eso, no preguntó por mis intereses, ni por mis logros académicos, ni por qué consideraba que yo era apta para el trabajo. Solo hizo una única pregunta para la que no estaba preparada:
—Dígame, Sara, ¿usted si es tan bonita como aparece en la foto?—. Quedé desarmada, sin argumentos, yo que siempre me había considerado buena argumentando.
Trastabillé unos segundos mi respuesta.
—Si, señor, soy muy bonita, de hecho, soy más bonita de lo que aparezco en la foto. Era mentira, yo solo quería expresar seguridad y la seguridad, como dije antes, se expresa a través de la fotos que uno pone en las hojas de vida, pero también en la voz—.
Me dijo que fuera de inmediato a verlo.
Sé que era un tipo ocupado, lleno de reuniones aburridas, de consejos de gobierno eternos, aún así me citó en seguida y yo fui porque era una ingenua y también porque quería el trabajo. No tenía ni idea sobre cómo actuar, estaba enfrentado un problema que no había tenido nunca antes. No sabía si sentir miedo o rabia. O ambas. Creo que sentí ambas porque cuando iba conduciendo mi automóvil percibía un hueco en mi estómago, el mismo que siempre siento cuando peleo con un novio o antes de un examen. El mismo que después trato de llenar con helados o chocolates, a sabiendas de que ese tipo de huecos no se llenan con ese tipo de cosas
Las técnicas de los acosadores de oficina
Era más bajo de estatura de lo que había percibido por televisión.
Movía la cabeza con movimientos repetitivos, como si la tuviera pegada a un resorte. La saliva se le acumulaba en la comisura de los labios, pero él se la lamía constantemente con su lengua. Sus ojos oscuros se clavaban en mi piel pálida y pecosa, como los dientes de un animal salvaje sobre el cuello de su presa. Imaginé cacheteándolo al menor acoso. Imaginé denunciándolo. Imaginé que la noticia saldría en la prensa. Imaginé muchas cosas que nunca pasaron, porque cuando uno, además de ingenuo, es inexperto no es capaz de defenderse y termina por aceptar un trabajo lleno de depredadores curtidos de técnicas para que tengas que quedarte en la oficina hasta tarde. O para que los tengas que acompañar a cócteles y termines yendo en el mismo automóvil con ellos y sintiendo el roce de sus muslos contra los tuyos.
O para que después de los actos oficiales termines cenando en la misma mesa, mientras sus asquerosos pies acarician tus tobillos. O para que al despedirse giren su cara para que los beses en la boca. De cosas así se nutre el acoso.
De ese trabajo pasé a otros. Ya no ponía mi foto en las hojas de vida. Iba a las entrevistas de trabajo con el pelo recogido. A duras penas me maquillaba y ya no usaba tacones. Trabajé en empresas privadas y públicas. Trabajé en varios los medios de comunicación. En casi todos me acosaron, de hecho, me acosaron tanto que llegué a pensar que era normal. No pasaba sólo en el trabajo, también me acosó el papá de un amigo, el novio de una tía, los amigos del novio de la tía.
Un compañero de piso. Un profesor. En ese tiempo no existía el movimiento #METOO para darme cuenta de que mi historia era la misma historia de muchas otras mujeres.
Ante el acoso ¿defenderse o cuidarse?
Quisiera decir que aprendí a defenderme, pero admito que, más que defenderme, lo que aprendí fue a cuidarme. Ya lo sé, soy una cobarde, llevo muchos años lidiando con este tipo de depredadores y lo único que he conseguido es aprender a cuidarme. Nunca he dado una cachetada. Nunca he señalado a nadie con nombre propio. Nunca he denunciado. Doy lástima.
Como mencioné, no volví a poner mi foto en las hojas de vida. Ustedes hagan lo que quieran, en mi opinión, da igual que la pongan o no. Creo que el asunto es más de fondo y lastimosamente poner o no poner una foto no va a cambiarlo. Ojalá fuera tan fácil como eso.