El día después podemos decir que somos peores. Hemos transmitido al mundo la imagen nefasta de la Violencia gracias a políticos que han dejado pasar tres años y medio sin actuar ante los problemas. No puedes permanecer inmóvil ante un desafío de tal calibre salvo que tu ineptitud te paralice hasta el punto de tener que recurrir a la agresión. Nada justifica el ensañamiento y la dureza de las imágenes que ayer nos llegaron desde Catalunya.
La unidad de España no pasa por un partido inmerso en miles de casos de corrupción que se excusa en una recuperación económica basada en el excesivo endeudamiento.
Tampoco por una declaración unilateral de independencia (DUI) sin sustento legal que sobrepasa todos los límites de la responsabilidad. España es un país históricamente plural, con lazos forjados en acuerdos de provecho en beneficio del interés común. Nunca se ha caracterizado por ser una nación de unidad inquebrantable, salvo que sintiera la amenaza del exceso y la represión.
No hemos aprendido nada. No hemos madurado. Hemos fracasado en todos los sentidos. Se ha demostrado en un contexto de crisis económica con los incontables e incontrolables casos de corrupción, el expolio de las entidades financieras y las estafas de las constructoras. Hemos mostrado al planeta esa falta de sensatez ante un escenario previsto recurriendo a la forma más arcaica e inhumana para solucionar los problemas, la violencia.
La culpa no es de la sociedad como nos quieren hacer ver ministros de la poca talla como Rafael Catalá o el mismo Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, negando la evidencia y autoproclamándose como "ejemplo para el mundo". El fallo está en la clase política, en la incapacidad de dialogar, en la inmovilidad, en el fracaso más absoluto de los dos grandes partidos políticos, PP y PSOE, que han conducido a España a la ruina económica, cultural y social más abosoluta.
El movimiento regeneracionista está incompleto. España necesita un golpe de efecto que aleje del Parlamento a los viejos políticos que han crecido en un marco dictatorial, que elimine aquellas instituciones intransigentes basadas en idelogías bélicas y que le permita vivir en un ambiente menos extremista, más objetivo, con pluralidad y sin odios.
España necesita la ayuda de la Comunidad Internacional para poder crecer como democracia, para desarrollar una sociedad libre de todo corsé ideológico que sea capaz de decidir su destino en función de lo que le beneficie y no de unos colores. En definitiva, una sociedad digna del sufrimiento de sus antepasados.