Cada vez es más frecuente leer o escuchar que algún joven ha muerto mientras compartía una foto o un vídeo en las redes sociales. Este hecho no es casual y tiene su explicación psicológica y social. Vivimos en una sociedad donde los padres crían a sus hijos a través del premio o el castigo, así que las niñas y los niños pronto aprenden a manipular su conducta para buscar la aprobación de sus padres y así obtener algún premio.

Los jóvenes y su anhelo por la popularidad

A medida que crecemos, porque esto es común a todas las generaciones, esa necesidad de aprobación se traslada de los padres a los amigos.

Todas las personas anhelamos el cariño de otras, pero los adolescentes son mucho más sensibles a esta necesidad y además están expuestos a las redes sociales, una revolución tecnológica y social que contribuye a agravar la situación.

Nos hemos acostumbrado a negociar con nuestra vida como de si de un producto de marketing se tratara. Podemos estar aburridos todo el día sin compartir nada, pero sólo hace falta una salida al campo o a la playa para tener un buen motivo para hacer creer a los demás que nuestra vida es una continua celebración.

Amigos de la felicidad

Hemos creado una cultura del éxito basada en la felicidad permanente, por eso todo el mundo, sobre todo las personas más jóvenes, son muy vulnerables a la opinión de los demás.

Creemos que si estamos tristes nadie querrá estar a nuestro lado y por eso tratamos a nuestra vida como a un producto que hay que vender para que otros los compren y así nos quieran.

Los jóvenes son los más sensibles a esta necesidad de cariño y aprobación y eso les hace cometer acciones temerarias como hacerse fotos desde lo alto de un rascacielos o conduciendo mientras cantan una de sus canciones favoritas y así mostrar su vitalidad y alegría a los demás o matan a un animal mientras lo sacan de su hábitat para fotografiarlo.

Todo por recibir más "Me gusta" que sus amigos y así sentirse importante y queridos.

Vivimos en una cultura donde es muy difícil ser uno mismo y encontrar el propio camino; continuamente nos confundimos los deseos de otros, como si fueran nuestros y así pasamos buena parte de nuestra vida en una continua confusión entre lo que verdaderamente queremos y lo que creemos que debemos hacer para conseguir el éxito, la popularidad y el cariño de los demás.

El anhelo de cariño es un impulso natural que se desarrolla en la infancia como consecuencia de la necesidad de aprobación que los hijos e hijas tienen de sus madres y padres, pero cuando esa anhelo se convierte en una obsesión se vuelve peligroso. Todas las generaciones han sufrido el síndrome del abandono pero las generaciones actuales lo sufren más que nunca porque hoy día no basta con ser sino que además hay que parecer más que nunca.