Llegaba a casa después de un largo día. Había olvidado sacar la basura y los reciclados de papel en la movida mañana, así que nada más dejar el bolso, me dispuse a llevar las bolsas y los cartones de leche a los respectivos contenedores.

Desafortunadamente me encontré con una pareja de mediana edad, incluso me arriesgaría a decir que no nos llevábamos tantos años. Yo, dejaba mis desechos y ellos buscaban acabar el día hallando un potencial futuro «tesoro» –entiéndase la ironía– de entre ellos en el dichoso contenedor gris.

Algo que sin duda me resultó curioso, es que no se mostraban para nada afectados con su propia situación sino más bien al contrario.

Llevaban un coqueto, aunque discreto, carrito de supermercado como si se tratara de ir a hacer su compra semanal en el mercado del barrio.

Lo sorprendente del hecho no quedó ahí, iban con música. De su móvil salía una melodía alegre producto de una conocida canción bailable del momento. Me quedé unas milésimas en estado de shock ya que no entendía como habían establecido esa normalidad ante una situación como esa.

Sentí compasión pero enseguida me pregunté… ¿no será al revés? Se les veía cómplices el uno con el otro, seleccionaban lo que había en el contenedor como si de auténticas joyas se tratase. Iban con su música como quién pone la radio camino al trabajo una mañana gris de viaje en metro, pero a diferencia de los demás mortales, estaban alegres.

¿Eran felices o estaban resignados?

¿Por qué? ¿Cómo dos personas pueden entender eso como «normalidad»? ¿Qué necesitan? De hecho, ¿Qué es la «normalidad»? ¿Planes de ayudas sociales? ¿De qué tipo? ¿Sólo se trata de una cuestión económica?

La ciudad social

Es bien sabido que Barcelona destaca por ser una ciudad socialmente abierta en todos sus sentidos.

Tendemos la mano al guiri –buscando siempre que deje sus ahorros en la ciudad–, así como abrimos los brazos a los refugiados, que muy al contrario de los turistas, estos buscan un próspero continuar alejados de sus países como consecuencia de ciertas las «malas» decisiones de complejos personajes de traje y corbata.

Sin embargo, al ver la pareja me di cuenta de que no era una cuestión de falta de empatía de los ciudadanos, de «diferencia de clases», de desarrollo social, de ayudas económicas o no económicas.

¿Qué es lo que hace falta? ¿Qué se necesita para tener una mejor vida?

¿Acaso «ser normal» es pagar 900 euros por el alquiler de un estudio de 30m2? ¿Es trabajar 8 horas por el precio de 5? ¿Es querer morir siendo autónomo? Es evidente que el sistema social está desbordado dado los cambios socio-económicos de los últimos años, pero… si esto es prueba y error y habiendo implementado ya ciertos tipos de «ayudas», ¿Realmente la inclusión social debe darse por concluida? ¿Se trata puramente de una cuestión económica?

Dixi