La ópera prima del estadounidense Jordan Peele ha llegado a España después de una oleada de magnificación en redes sociales, donde la película ha sido vanagloriada como una obra única y aterradora, con ideas trasgresoras y atrevidas sobre la situación racial en Norteamérica. ¿Pero realmente qué ofrece esta película?
El racismo de la era Trump, rentabilizado por Hollywood
Déjame Salir no es mala película; de hecho, presume de una ejecución limpia, correcta, en la que prima una sensación de incomodidad y suspense a medida que el protagonista, un chico afroamericano llamado Chris, es bienvenido a la casa familiar de su novia caucásica, Rose.
El punto de tensión lo ofrece la susodicha familia y el vecindario que les rodea, predominantemente blanco y de clase alta, donde los pocos personajes de raza negra destacan por su comportamiento extraño, obviamente sospechoso, y para nada acorde a lo que esperaría el protagonista.
Desde los primeros minutos, el filme plantea algunas situaciones de conflicto racial, como la escena que la pareja comparte con un policía de tráfico, o ciertas conversaciones donde se enfatiza la controversia que supone que el chico negro salga la joven blanca. Una vez se presenta a la familia de la novia, la sensación de sentirse juzgado u observado por ser negro, incomoda tanto a Chris como a nosotros, la audiencia.
Hasta aquí bien; el problema viene dado por el tercer acto de la película, en el que se revela lo que realmente está pasando, y permitid que os diga: no tiene nada que ver con el racismo, no aporta nada a este, ni lo critica de ninguna manera.
La película, del mismo modo que su campaña de publicidad, ha enfatizado la idea de racismo para captar la atención de los espectadores, ya que, seamos francos, es la temática más sonada en la presidencia de Donald Trump. No debe extrañarles, puesto que recientemente estamos teniendo una oleada de películas por parte de Hollywood donde se explora esta controversia, bien sean tres mujeres negras trabajadoras de la NASA, o un drama familiar protagonizado por Denzel Washington.
Pero esta película juega sucio, y dedica sus dos primeros actos a utilizar el racismo como hilo conductor, generando una tensión que se acumula a cada minuto, para luego lanzarlo todo por la borda en un tercer acto, más propio de la ciencia ficción.
Un guion estirado como el chicle
Déjame Salir tiene buenas ideas, y está excelentemente bien dirigida, notándose el talento de Peele para el suspense. Las actuaciones son correctas, con Daniel Kaluuya como actor principal, a quien pudimos ver en la primera temporada de Black Mirror, demostrando ser un joven con un potencial aun por desarrollar. La familia, y vecindario, rezuman una calidad y naturalidad incómoda que traspasa la pantalla, y contagia, con ciertos toques de humor que resultan bienvenidos.
Es su guion, sin estar mal escrito, el que falla, puesto que se trata de una historia que alargada de forma innecesaria.
La historia de Déjame Salir no solo es simple, sino que además no ofrece más allá de los últimos 20 minutos de la cinta, en los que realmente suceden cosas. ¿Tanto merece la pena construir una atmósfera durante 80 minutos, para solo avanzar en el último acto? Se trata de un concepto y narrativa, que funcionaría perfectamente como capítulo independiente de una antología de terror y suspense. Es un guion muy simple, que podría ir al grano y resultar más eficaz de lo que acaba siendo, ya que no hay un desarrollo o crecimiento de personajes notables. ¿Por qué generar situaciones de crítica social?
¿Por qué esas escenas con policías en las que se busca generar un conflicto racial? Si luego, lo que realmente está pasando, no tiene efecto en esa crítica o conflicto.
Observo muchas opiniones populares donde se alaba lo inesperado del “secreto” que guarda la película, pero no lo veo en este caso como algo positivo. Tiene mérito cuando una película sorprende, pero las pistas estaban ahí, y en este caso es imposible sacar la conclusión de forma propia, por mucho escrutinio que quieras ponerle, ya que la sorpresa reside en un elemento narrativo que aparece de la nada, y presupone que vamos a aceptarlo, como si fuera posible. En general, es una película curiosa de suspense, que triunfa en generar esa sensación de tensión e incomodidad, pero a costa de una idea tan simple, que no merecía 103 minutos de metraje.