Hombres y Mujeres pensamos cosas diferentes con respecto a nuestras respectivas parejas, y esto que pensamos es en gran parte producto de la educación recibida y producto de la sociedad en que vivimos inmersos. Empiezo con los hombres.
Los hombres, por lo general, piensan que en su mujer escogida tienen o tendrán menos de lo que esperan. A los hombres se les enseña a soñar con la mujer perfecta, se les bombardea con la mujer perfecta en el cine, en la televisión, en los anuncios...
Esa mujer es muy bella, muy responsable y muy eficiente. Y esa mujer perfecta que se les muestra, no es alcanzable. Está más bien en su imaginación. No existe. Entonces, en la vida real, ellos tienden a pensar que la mujer a la que han escogido es menos valiosa (o menos ideal) de lo que es realmente.
Cuántos no son conscientes de que tienen a una mujer que les adora, una que, sin importar su aspecto físico, daría su vida por ellos. Algunos hombres aprenden esto demasiado tarde, cuando ya la han perdido o cuando ha llegado su hora. Repiten: "Perdona, amor mío, por no haberte valorado como te merecías".
Las mujeres, en cambio, valoramos en exceso a nuestra pareja. Es el caso contrario de los hombres. Con esto no quiero decir que ese hombre no sea digno de elogios: quiero simplemente decir que a las mujeres se nos educa para pensar que ese hombre lo tiene todo y que es el mejor al que podemos aspirar y, repito, no estoy diciendo que esto no sea así en el caso de muchísimas mujeres.
Sendos puntos de vista son producto, repito, de la educación que nos dan, y ni hombres ni mujeres somos culpables. No pienso condenar a ningún hombre que "infravalore" a su pareja: todos estamos condicionados por la educación y, en gran medida, por la sociedad y la publicidad. El problema es que aprendamos cuánto vale nuestra pareja...
demasiado tarde. Todo tiene solución. Lo importante es solucionarlo.
Por cierto, añadir ya por último que detesto la imagen de la mujer que la publicidad ofrece. Es una imagen engañosa e irreal. Nadie puede llegar a ser tan perfecto como la publicidad sugiere, y no tiene por qué hacerlo, porque hasta el más imperfecto, el último de la clase, tiene su valor y su mérito. A las mujeres nos ponen tan alto el listón en la publicidad que nos ocasionan inseguridades, como falta de autoestima, falta del tan necesario respeto por nosotras mismas. ¿Cuánta anorexia hay por imitar a las mujeres delgadas, cuántas mujeres no se gustan a sí mismas por culpa de la publicidad? Se nos bombardea con las medidas perfectas, con los cuerpos perfectos y las caras bonitas, que (siendo también válidas) no es necesario que imitemos o seamos así para vivir, realizarnos o triunfar. A cada ser humano le basta con lo que es y con lo que tiene.
Vivir es fácil y debe ser fácil. Pero nos enredamos y nos lo complicamos los unos a los otros continuamente.