Es ya la tercera revuelta que sufre Brasil en lo que va de año, y ésta vez ha tenido lugar en una pequeña localidad llamada Nísia Floresta, que alberga la mayor cárcel del estado, Rio Grande do Norte (RN), al noreste del país. Se encuentra en el litoral sur de Natal, a una hora escasa de la ciudad y a menos de media hora de Pipa, destino que atrae a miles de turistas y surfistas cada año, hasta el punto de que es uno de entre los diez los focos más importantes del turismo brasileño, tanto a nivel nacional como internacional.

El motín

Según los cuerpos y autoridades del estado, el Motín comenzó aprovechando el final del horario de visitas al final de la tarde, y se prolongó durante trece largas horas, la mayoría durante la noche.

Al parecer, dos facciones de bandas rivales convivían en la misma cárcel desde hacía tiempo y una trifulca provocada dio paso a lo que se describe a continuación. En primer lugar, los reclusos de un pabellón lo reventaron para salir, avanzaron para liberar a otros dos pabellones aliados y se dirigieron al último, donde se encontraban los integrantes de una banda rival, la más importante del país: PCC (Primeiro Comando da Capital). Según los agentes de policía, los presidiarios poseían armas de fuego y numerosas armas blancas que no dudaron en utilizar: un pequeño periódico digital de una ciudad cercana, Mossoró Hoje, publicó en su página web una noticia con este titular: “Están tirando cabezas al patio del pabellón de la Penitenciaría de Alcaçuz”.

Lo acompaña con una foto que refleja dicho titular. Los últimos datos señalan que el número de muertos suma 26, además de casi una decena de heridos. Más tarde, el conflicto se extendió, las bandas salieron a las calles de Natal y prendieron fuego a 17 autobuses públicos estatales y cuatro coches de particulares. Casi 14 horas después, las tropas de choque han entrado en el recinto y han conseguido sofocar la rebelión.

A pesar de que las autoridades no habían alertado de ninguna fuga, ya hay al menos tres personas que se habrían fugado del presidio de Alcaçuz, las cuales ya han sido detenidas. 
En otro orden de cosas, el homólogo en Brasil al Instituto Técnico Forense ha declarado que podría prolongarse hasta un mes el trabajo de reconocimiento e identificación de los cuerpos para ser devueltos a sus familias.

Reacción social

Este caso ha causado un gran revuelo en la sociedad, volviendo a abrir un debate que jamás se ha cerrado del todo desde la masacre de Carandirú en 1992. Desde entonces no han parado de sucederse las rebeliones y los motines en las cárceles brasileñas. Las autoridades e instituciones apuntan que las trifulcas entre diferentes bandas o facciones ocasionan a menudo el comienzo de un motín, pero lo cierto es que eso no es más que la punta del iceberg de todo lo que sucede. A partir de la masacre de Carandirú, los presos comenzaron a asociarse y formar grupos de protesta con el fin de reivindicar sus derechos como presidiarios. Todavía hoy, y más que nunca, las cárceles brasileñas se han convertido en verdaderas universidades del crimen, y esas organizaciones han evolucionado y se han convertido en organizaciones criminales asociadas al narcotráfico y al tráfico de armas.

Prácticamente nadie sale de allí reinsertado, y mucho menos sintiéndose en paz con la sociedad. Se acusa a las instituciones y autoridades del no cumplimiento de los derechos básicos para con los reclusos: falta de comida y en buenas condiciones higiénicas, falta de camas y espacio (tienen que turnarse para dormir) en cárceles que doblan y triplican su aforo máximo…En la sociedad existen también esta polarización de opinión, y mucho más después de que una figura televisiva importante declarase en su momento que el “bandido bueno es bandido muerto”. Lo cierto es que tanto en la sociedad como en el parlamento, esta brecha ideológica está realmente presente y es fuertemente defendida en sendos partidos políticos con representación.