Bajo la gloriosa estela del siglo XXI, donde el progreso es la virtud de la que presume la civilización humana, un inconcebible y fatídico monstruo habita latente bajo las profundidades de las estructuras sociales. Es un monstruo disfrazado de sutileza cuestionable e invisibilidad fallida que azota a diario nuestra vida cotidiana.
Cuando hablamos de desigualdad de género, hablamos de un problema que lleva arrastrando la sociedad mundial desde el inicio de los tiempos.
El primero de los grandes pasos en materia de igualdad se consagró a principios del siglo XX cuando las mujeres lograron el derecho a decidir sobre el futuro de sus propias naciones. El sufragio Universal marcó una distancia con los tiempos pasados y rasgó la venda que tapaba los ojos, la voz y la dignidad del género femenino. Poco a poco comenzó la lucha de la Mujer y la salida de la misma de las labores domésticas hacia una libertad anunciada que culminó con la conquista de los terrenos laborales. Todo parecía estabilizar la balanza entre los dos géneros y normalizar la presencia femenina en entornos donde antes era inconcebible imaginarla.
Todo parecía teñirse del color de la igualdad y de la honra de haber conquistado una cima nunca antes alcanzada.
Pero volviendo y trasladándonos al presente, descubrimos los resquicios de una igualdad entrecortada y maquillada por la comodidad de lo establecido. Una igualdad irreal y ficticia que intenta regodearse de haber logrado armonizar la equidad entre los dos sexos. La moderna sociedad en la que habitamos sigue arrastrando consigo los lastres más propios de una ceguera incurable. De una ceguera provocada por el tímido y sutil velo de la conformidad de los tiempos que corren. Sin embargo existe, debajo de toda convicción y discurso, una gran e importante brecha que separa al hombre y a la mujer en la concesión de derechos e igualdades.
En la actualidad, los niños y las niñas nacen con las mismas oportunidades, las cuales van tornándose dispares y desmedidas a la hora de ocupar un puesto de trabajo. Sin ir más lejos, según los datos proporcionados por la Comisión Europea, la desigualdad en materia de salarios es una realidad perceptible y asentada en el mercado laboral donde las retribuciones varían según el género. En la Unión Europea existe una diferencia salarial media del 16% entre hombres y mujeres.
¿Qué puede hacerse al respecto? ¿Por dónde comenzar? Comencemos por lo más básico y enriquecedor que conforma el pilar más importante de las civilizaciones. Comencemos por la educación, transformemos las ideas agotadas y caducadas de los tiempos pasados en otras que enseñen a los más pequeños a convivir en una sociedad sin prejuicios ni valoraciones de género.
Exterminemos la idea preestablecida del sexo débil y abramos la mente hacia un camino donde no haya cabida para la discriminación de ningún tipo. Cuando la igualdad sea una realidad presente en todos y cada uno de los aspectos, terrenos y ámbitos sociales; podremos afirmar que somos una civilización avanzada y de futuro. Mientras, viviremos sumidos en la falsa y establecida idea de progreso.