En los tiempos que corren, las redes sociales se han convertido en la mano derecha del ser humano. Nos acercan, nos conectan con el mundo entero y nos hacen posible interactuar de forma instantánea con otra persona situada al otro lado del planeta. Hemos aprendido a compaginar los estudios, el trabajo y la vida social con las tecnologías de la información y la comunicación, haciendo de ellas una herramienta indispensable para el día a día.
Salir a la calle se ha convertido en una aventura cibernética que, compaginada con la actividad de esquivar objetos, conforma la asignatura líder de nuestra vida cotidiana.
Caminamos entre transeúntes amarrados a un aparato inteligente y dispuestos a superar la jornada sin perdernos la información política, social, económica y deportiva del momento. El mundo grita a modo de notificación, nuestros familiares y amigos nos envían imágenes divertidas que amenizan el día a día, y las cafeterías del mundo se encuentran un poco más vacías que hace cincuenta años. Tomemos café, hablemos cara a cara, volvamos a humanizar las relaciones. Los abrazos se han convertido en una confluencia de emoticonos encadenados entre sí que dan un significado más cercano a la realidad del mensaje que enviamos por una red social. El contacto humano es necesario, las buenas conversaciones son reconstructivas y la risa en directo es una de las mejores virtudes que podemos ofrecer y ofrecernos.Nuestros bisabuelos nunca imaginaron el futuro tecnológico que deparaba a la sociedad mundial.
No había cabida para una evolución de tal calibre en un mundo basado en largas cartas escritas a mano, tardes enteras jugando a canicas o confesiones entre té y hogaza.
El mundo ha cambiado y es imprescindible adaptarse a los nuevos tiempos que nos acontecen, para poder avanzar hacia un futuro más cómodo y accesible. Es por eso que la solución no reside en renegar de nuestros propios avances, sino en hacer un uso responsable, lógico y equilibrado de los medios sociales.
Un uso donde haya hueco para las conversaciones rostro a rostro, mano a mano y pupila a pupila. Un uso donde haya hueco para escuchar, ser escuchado y entablar relaciones mucho más cálidas que las que se establecen por medio de frías barreras táctiles. Deshacernos de la deshumanización existente. Volver a mirar la vida con nuestros propios ojos y no mediante el obturador de una cámara de teléfono móvil. Volver a lo que éramos sin negar la evolución tecnológica de nuestra propia humanidad.