La calidad de las aguas de Antequera y la regulación de los vertidos a los cauces fluviales ya preocupaban a los habitantes de la ciudad y su término municipal hace casi seis siglos, mucho antes de que surgieran los movimientos ecologistas de todos conocidos.

Así, el 11 de mayo de 1494 "los vezinos e moradores desta çibdad de Antequera" recordaban al Ayuntamiento de entonces la existencia de una ordenanza que prohibía el vertido de las aguas de las tenerías e hilaturas de lino al Río de La Villa "so cierta pena", según el documento original que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Antequera.

Agua matadora en Antequera

Señala la petición que dichos vertidos eran perjudiciales para la población "porque aquella agua es pestilençial e matadora e la beven todos comunmente en la vega, donde se creçe gran daño en los cuerpos". Esta observación viene a poner de manifiesto, por un lado, que hace más de 500 años los habitantes de la zona ya eran conscientes de que se estaban contaminando las aguas para consumo humano y uso en la agricultura. Por otro, que también se había iniciado la costumbre de relegar al olvido los reglamentos y leyes establecidas, como es este caso.

El texto es breve, pero en el castellano de la época se hace varias veces hincapié en que "no usen de echar la dicha agua los señores de los tales edifiçios"; es decir, los curtidores de pieles y tejedores del lino.

Respuesta rápida al problema

Contrariamente a lo que se pueda pensar de aquellos tiempos, la respuesta sólo tardó en llegar una semana y en forma de una orden tajante: nada de vertidos al cauce entre el 15 de mayo y el 15 de septiembre, cuatro meses comprendidos entre dos fechas señaladas en la ciudad: San Isidro Labrador y la víspera de fiestas patronales, pero que trataban de evitar los rigores del verano para que las "pestilencias" aumentasen.

Para dar forma y contundencia a esta orden se aprobó la sanción de su incumplimiento, 600 maravedíes; multiplíquese por 16 euros, el valor equivalente hoy día de un maravedí de finales del siglo XV, y se hallará que la sanción es actualmente irrisoria, con la salvedad de que era por cada vertido y no por el conjunto de los mismos.

Soluciones a la contaminación del agua en Antequera

Sin embargo, la ordenanza municipal no es meramente punitiva, apunta soluciones. La primera es que durante el período prohibido las aguas residuales "las echasen en otros pilones apartados", en donde quedarían hasta que llegase la época del vaciado, que habría que ver cómo iban los cauces con lo acumulado en cuatro meses; la segunda disposición fue que los vertidos deberían hacerse "tanto que fuese de noche". De este modo se acordó y "se apregonó en pública forma" dos semanas después, quizá para dar tiempo a vaciar los almacenes de vertidos.

Pasados los siglos, aún sin la existencia de aquellas fuentes contaminantes, los problemas de la vega de Antequera continúan, aunque no tan a simple vista como en 1494 sino muy soterrados, camino de los acuíferos.