Charlotte, Emily y Anne: tres iconos de la literatura universal con tres novelas apoteósicas, precoces de razonamiento creativo y enigmáticas de corazón, convertidas en mitos que sobrepasan el talento influyente de su legado y traídas como precursoras del progreso desde el pasado borrascoso victoriano hasta las flores de plástico y tablets del siglo veintiuno.
Son las hermanas Brontë, autoras de historias tan popularizadas como Jane Eyre o La inquilina de Wildfell Hall, cuyas vidas continúan atrayendo a expertos y académicos en su búsqueda de desvelar los secretos y fantasmas que, bien auténticos o fundados, debieron formular una pregunta que está todavía por contestar: ¿cómo pudieron las jovencísimas hijas de un vicario apático relatar las experiencias humanas más intensas y complicadas en el panorama remoto y pastoral de Yorkshire?
La docente Jo Waugh critica la herencia romántica que camufla la tuberculosis
Exhibiciones y programas radiofónicos que revelan cartas íntimas, Libros ensayísticos que estudian los eventos y curiosidades más insólitos, documentales como el reciente Being the Brontës de la BBC... Se suele decir que, a veces, la realidad supera la ficción, e investigadores como la doctora Jo Waugh demuestran que, más bien, la ficción pretende superar la realidad.
En su artículo para The Conversation, la conocedora de literatura victoriana pone los preceptos más triviales y reciclados en la cuerda floja, defendiendo que el fallecimiento de las Brontë se debió a un caso propagado de tuberculosis, del que cada hermana fue infectada sucesivamente en cuestión de meses, aunque este argumento legítimo se presente como una especie de estigma entre biógrafos, quienes optan por atribuir la responsabilidad de una carga tan pesada a sucesos más personales y circunstanciales.
Ni la aflicción, ni el desamor, ni el tiempo atmosférico se llevaron los cuerpos de las hermanas, apunta Waugh, sino este contagio bacteriano, tabú por excelencia entre la multitud, que hubo de consumirlos silenciosamente para dejar un rastro tan misterioso e indescifrable como el que ha rodeado sus vidas.
Si bien es cierto que la cara de esta enfermedad fue una desconocida hasta finales del siglo diecinueve con el descubrimiento de Robert Koch, el aura romántico que vinculaba la decadencia del ánimo con la mortalidad perduró más allá, al igual que un pez que nada a contracorriente, llegándose a confundir una serie de infortunios episodios polémicos como el arma arrojadiza que acabó con el genio de las tres británicas.
Las hermanas Brontë solían aludir a la enfermedad en sus novelas, tanto como a la subversión social
No cabe duda de que la tuberculosis, que acechaba a uno de cada siente europeos como un huracán epidémico durante el siglo dieciocho, era un gran motivo de preocupación entre los médicos, así como una clara protagonista en la imaginación de las escritoras, quienes estaban al tanto de las condiciones humanas que repercutían en su época.
Los personajes secundarios Frances en Cumbres borrascosas y Helen Burns en Jane Eyre, por ejemplo, se ofrecen de señuelo para reflejar el proceso letal a ojos de Emily y Charlotte Brontë, tan carente de compasión o esperanza alguna.
De hecho, las múltiples alusiones sexuales que se suceden en las narraciones brontianas, además de insultos, anacronismos y referencias a narcóticos de unos pasajes a otros acallan el halo místico de una pompa romántica que sumen a las celebradas personalidades literarias en una realidad claramente distorsionada.
«La idea de que fueron mujeres que lucharon contra los límites sociales que se les habían impuesto es muy atrayente», reflexiona la dramaturga Samantha Ellis acerca de la trascendencia de las hermanas, sumando así otra respuesta a la eterna pregunta que se formuló una vez, en la era victoriana: «Sus libros contienen historias abiertas; nunca sabremos qué querían transmitir al mundo, lo cual genera cientos de hipótesis sin cesar».
Y es que los ideales de las Brontë también conformaban la subversión, como demuestran sus propios textos, en ocasiones extremos, anhelantes por pertenecer a un lugar y conflictivos en cuanto a la supervivencia moral. «Aceptar y comprender las cualidades mundanas de sus extraordinarias autoras, como que murieron infectadas por tuberculosis,», reclama Jo Waugh, a doscientos años desde el nacimiento de Emily Brontë, «ayudaría a leer las novelas con una mentalidad renovada».