Recientemente, publicamos en este medio un artículo sobre el historiador de la Tragedia de Alpatacal, un hecho acontecido hace exactamente 91 años. Gracias a esa publicación, el documentalista argentino St. Claire nos contactó y he aquí lo que nos contó:
La historia
«En 1927, el presidente argentino Marcelo T. de Alvear invitó a su par chileno, Emilio Figueroa Larraín, al desfile del 9 de julio, día de la Independencia de Argentina. El mandatario chileno envió un grupo de cadetes de la Escuela Militar de Chile "Bernardo O’Higgins".
El viaje se realizó en el tren “Trasandino” que cruza la cordillera de los Andes de Argentina hacia Chile y viceversa.
Era un tren especial, que, al tener que sortear parajes nevados y con grandes pendientes, en muchas partes del trayecto las vías tenían “cremalleras” que enganchaban al tren y lo ayudaban a avanzar porque la nieve y el hielo vencían la potencia de la locomotora. De todas maneras la travesía fue exitosa, llegando a la capital de Mendoza, la noche del 6 de julio.
El pueblo mendocino los recibió con gran fervor. Esto lo atestiguan las fotos de la época en las que los militares chilenos desfilan hacia la estación de Mendoza ya que el convoy debió ser detenido por la cantidad de público que invadió las vías. Este retraso obligó a los maquinistas a acelerar las dos locomotoras al límite (habían adicionado otra que empujaba el tren por la parte posterior).
Los especialistas que entrevisté llegaron a una conclusión. El jefe de la pequeña estación Alpatacal tenía un tren de la empresa BAP (Buenos Aires al Pacífico) detenido que se dirigía en sentido contrario al tren de Chile. Para desocupar la vía principal y permitir el paso del tren de los chilenos debía pasarlo a la segunda vía.
Dar “vía libre” a un tren que entraba en la estación aunque hubiera otro acercándose de frente era una práctica habitual. Era así porque con aquellas locomotoras de antaño costaba ganar velocidad, entonces procuraban que el tren no tuviera que frenar. El jefe de la estación no contó con que el tren chileno viniera al doble de velocidad.
No hubo tiempo de frenar y chocaron de frente.
Cuando se produjo la fatal colisión, la locomotora de atrás redujo a chatarra el vagón en el que viajaban dormidos los cadetes. El tren se incendió y todos los cadetes murieron calcinados. Los caballos fueron abandonados a su suerte. Con tal tragedia ocurriendo nadie se acordó de los animales y murieron también incinerados.
Cuando me contaron la historia quedé impactado y realicé el documental “Caballos en llamas” justamente por este hecho y porque la palabra “caballos” alude al arma de caballería también. En aquel paraje perdido del desierto de Mendoza se construyó un mausoleo. Era una estatua de bronce con base de granito. La estatua se llamaba “El dolor ante la fatalidad”.
Tenía un tamaño imponente, casi cinco metros de altura. Los lugareños la habían bautizado como “la chilena” y hasta le pedían milagros.
Luego de ser exhibido mi documental algunos inescrupulosos fueron en busca de las casi 5 toneladas de bronce y la robaron. Tal cosa ocurrió también porque desde el 1993 el tren no circuló más, los pobladores se vieron obligados a marcharse y el mausoleo quedó abandonado.
En lo personal, pienso que de no haberse exhibido mi documental, la estatua estaría allí, porque allí había estado por 79 años. Siento culpa ante la historia y, no sé cómo, pero la resarciré». Despedimos a St. Claire con la certeza de que lo logrará.