Nuestro cerebro es una maquinaria perfecta, cuyo máximo fin es protegernos ante las amenazas del ambiente. Los miedos acechan desde cualquier lugar, tras cualquier rincón recóndito, aguardando el momento ideal para brotar a la superficie, con la única condición de que estemos mínimamente preparados para recibirlos.

Curiosa-mente humana

Empiezan siendo una simple célula y, dependiendo de su hábitat y el alimento que encuentren a su alrededor, se nutrirán en diferentes aspectos, dando lugar a diferentes especies. Cada una goza de características específicas, y disfruta del infinito poder de transformarse.

Es un poder infinito, porque los miedos habitan en la mente, nunca pierden la capacidad de convertirse. Pueden haber crecido necesitando una fiereza letal y avanzados mecanismos de caza, habiendo adquirido la apariencia de una hermosa pantera negra. En cuestión de segundos, aparecen repentinamente sobre la rama de un árbol color marrón oscuro, con brillantes alas azul turquesa, convertidos en colibrí.

Miedos profundamente inconscientes

Algunas veces, afrontar la realidad causa heridas profundas, sobre todo cuando esa realidad no te concierne solo a ti. Cuando otras personas se encuentran involucradas, en una fantasía ideada por tu inteligente cerebro para cuidarte y mimarte, renovar arraigados esquemas conlleva una abrumadora ruptura con una importante parte de tu ser.

Amas el "nido" que has desarrollado, y es un amor que mata.

Índice de ello es la falta de sensibilidad. Necesitas focalizar tu atención en ti mismo y tus propias heridas. De forma inconsciente, lo llevas a cabo, banalizando situaciones complejas, cerrándote al entendimiento profundo y reclamando el protagonismo, con ácidos comentarios, reflejo de tus propios desacuerdos contigo mismo.

Aparece en escena el familiar de un asesino, cuán duro ha de ser para él reconocerlo, jamás lo admite. Va a vender armas a un guerrero, pues comprende que, en una guerra, sin armas para combatir estas perdido.

Dispone del razonamiento animal, un lugar donde las luchas mortíferas forman parte de la supervivencia. Cree que la humanidad, en sí misma, es una especie puramente animal, en la que unos matan a otros para comer, por ley de naturaleza.

Quizá no haya encontrado en su camino otra fuente de la que nutrirse, o, si se ha tropezado con ella, se ha quedado con demasiada hambre. Sigue necesitando sangre. Aún no ha encontrado a nadie capaz de saciar su dolor y calmar sus ansias. Solo encuentra alimento para el miedo. No puede enseñar lo que no sabe, ni dar lo que no tiene.