75 años después de su publicación "El Principito" de Antoine de Saint-Exupéry presume porque la integridad de su texto permanece inalterable a las modas literarias a pesar del paso del tiempo que no ha podido minimizar su impacto ni el mensaje que su autor trasladó al mundo con unas palabras y unos argumentos que ha conmovido a grandes y mayores desde que lo escribió.

El valor del libro de Antoine de Saint-Exupéry va más allá del puramente literario dado que trasmite valores profundos que han calado en las personas asimilando este texto como un conjunto de recomendaciones para vivir en armonía y, especialmente, para ser feliz en el complejo mundo de los adultos.

En este sentido, el economista, Ramón Candel ofrece la claves para imitar la vida de los niños con el fin de obtener la deseada felicidad a través de conocimiento que este texto aporta.

Candel, en un evento público, comenta que leyó este texto cuando era pequeño y el mensaje que entendió fue que los "adultos son raros" y, obviamente, no quería crecer pero cuando lo leyó en edad adulta después de su trayectoria vital y profesional se percató que "El Principito" está lleno de sabiduría.

Los mayores han sido niños pero pocos lo recuerdan

Sin embargo, lamenta que "nadie lo recuerda". En este sentido, Candel recrimina que los adultos "estamos tan ocupados tratando de ser adultos y de impresionar a los otros adultos que están ocupados tratando de ser adultos; también se nos olvida vivir la vida con la sencillez de ser un niño".

Candel censura que a todos los adultos "se nos olvida que tuvimos esa infancia donde éramos felices, donde las cosas más sencillas de la vida eran las que nos hacían felices". Recuerda, en este punto, unas palabras de un personaje de libro en las que dice que "las personas mayores nunca pueden comprender algo por si solas porque son poco razonables".

En esta línea, alude al célebre elefante en una boa que, sin embargo, señala que esa imagen como adultos "se observa como un sombrero". Se pregunta a cuántos "no nos pasó de chiquitos que estábamos emocionados con algo y al compartirlo con un adulto su falta de empatía provocó una decepción". "¿Cuántos de nosotros hemos dejado de hacer cosas que nos apasionan o que nos gustan sólo porque otro adulto nos ha dicho que no la podemos hacer?", se pregunta con indignación. Indica que eso no solo funciona de niños sino que ocurre lo mismo "cuando somos adultos" por el temor a lo que van a pensar los demás.