El 11 de noviembre del año 1918 se firma el armisticio que pone fin a la Primera Guerra Mundial. A partir de la bruma y de la niebla del campo de batalla roto, empiezan a aparecer las voces de los artistas del conflicto, dando forma y pretendiendo encontrarle el sentido a la carnicería que se había vivido en los últimos años.
Tres libros de la Primera Guerra Mundial
Ese tipo de conflictos son extremadamente cinematográficos, sin embargo, en el momento, hubo que tirar, como se tira siempre, de las letras para darle una explicación. Fijarlos en un tablón y que esas novelas y frases fuesen recordatorios de lo que no debía de repetirse.
En ese marco, queremos hablar de tres libros que, por encima de todos las demás, son tres de las mejores novelas de la Primera Guerra Mundial.
Adiós a las armas, de Ernest hemingway, se publicó en el año 1929, con un fuerte trazo autobiográfico. El americano se había alistado como voluntario en las filas italianas para conducir ambulancias. Fue herido durante el conflicto y se enamoró, como tantos otros, de una de las enfermeras que le habían atendido. Crudo, duro y austero, Hemingway mantuvo perfectamente intacto su estilo tan característico para producir una de las novelas más famosas del siglo XX, ofreciendo su lenguaje para retratar lo que, a todas luces, había sido el conflicto más violento que había sacudido Europa, y que también le había sacudido a él.
Los cuatro jinetes del apocalipsis, de Blasco Ibáñez, corresponsal de guerra en Francia. El valenciano se había trasladado a París para hacer fortuna con la literatura, como hoy en día se va a Hollywood para hacerla con el cine. Terminó en el frente más por casualidad, por curiosidad, por magnetismo que por decisión o patriotismo y, en el año 1916, escribió la que, para la mayoría de críticos, es la mejor de las novelas de la Primera Guerra Mundial.
Dos familias que terminan luchando en diferentes bandos de la guerra, y un desgarrador grito a cualquier injusticia, cualquier dolor y conflicto para luego crear un vacío, un extraño silencio hasta que estallan, como bombas, las irrefrenables ganas de vivir de la humanidad, contrarias de cualquier manera a la guerra.
El rayo de luz en la noche
Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, es, sin lugar a dudas, una de las obras maestras de la literatura del siglo XX. Autobiográfica, la novela se sitúa en el momento en el que el autor se alista voluntariamente para tomar parte en la refriega, del lado francés. Una vez instalado en las trincheras, huye, aterrado, desilusionado, asqueado de lo que aquello supone. Preguntándose qué le había hecho a él el alemán, y qué podía haberle hecho él al teutón. Concibiendo la guerra, simple y llanamente, como un error. Se trata de un alegato de paz que inunda cada una de las palabras que lanza con furia, saliva y lirismo para conjugar una figura que cambió para siempre a historia de la literatura.
Un viaje hacia lo profundo, hacia lo triste, a la muerte.
A día de hoy nos quedan todavía esas voces que retrataron una de esas locuras, que cada equis años, se repiten. Dando testimonio y rescatando, por imposible que parezca, la última belleza que se puede encontrar en medio de una guerra.