Es indudable que el premio Nobel de Literatura ha acunado a algunos de los grandes autores de todos los tiempos. Knut Hamsum, Antatole France, Benavente, Kipling o Faulkner son solo algunos de los nombres más destacados en la larga lista que, desde el año 1901, reconoce los méritos de las principales voces de la Humanidad. Cabe pensar que el oficio de escritor es bastante inconstante y poco remunerado, y este tipo de galardones no hacen sino ayudar a que, por fin, los autores gocen de la seguridad económica que siempre han necesitado.

¿Es el Nobel sinónimo de calidad?

Sin embargo, también se ha polemizado mucho acerca de lo inmerecidos de algunos de esos premios, sobre todo si se fija como contrapunto a aquellos autores que no recibieron premio ni galardón alguno. Más allá de que Bob Dylan lo mereciese o no, hay pensar que autores como Kafka, Borges, Tolstoi o Céline bien tenían ganado semejante honor literario, dado que habían dado a luz a algunas de las voces más características, fuertes y vivas de toda la literatura del siglo XX. Sin embargo, solo se les reservó un silencio que, una vez enterrados, fue roto por el grito de millones de fans de sus novelas. Arrepentidos por haberles descubierto tan tarde y por no haber sido capaces de homenajearles en vida.

Y no porque esto último sea fundamental para un autor, sino porque el consumo y la sociedad necesitan ver los premios para darse cuenta de a quién tienen delante.

Kazuo Ishiguro… ¿y quién más?

Hace poco nos enterábamos de que Kazuo Ishiguro era galardonado con el Nobel de Literatura. Muchas voces se preguntaron por otros autores, como por ejemplo Murakami, barajados durante tantos años en la ruleta del gran premio de las letras.

Sin embargo, tal vez lo inquietante no es preguntarse por los que entraron en el sorteo y, en el último minuto, fueron desbancados por Kazuo. Tal vez haya que pensar en los autores que, como Kafka o Borges, están escribiendo lo que será la futura Historia de la Literatura, y que no reciben, ni recibieron ni, tal vez, recibirán ni una mínima parte de la atención, la fama, la luz y el dinero de Kazuo.

Y cabe preguntarse, entonces, siguiendo a uno de los mayores maestros de nuestra lengua, si es la literatura la que elige al autor, o es el jurado y su sesgo quien elige la obra. Una pregunta que espero, no haga desmerecer al premio y al galardonado, sino más bien, en todo caso, animar a descubrir a un nuevo Kafka, enterrado entre papeles. Y que esta vez el descubrimiento se dé antes de que el genio muera.