Conocida como Colette, fue bautizada con el nombre de Sidonie-Gabrielle Colette, en Saint-Sauveur-en-Puisaye (Francia) en 1873. Transcurrió su infancia feliz en Borboña, en una villa alejada de las ciudades que haría que en la niña naciera un profundo amor y respeto por la naturaleza y todo el reino animal. Se podría definir a la chica como una mente inquieta y un espíritu activo, pues tanto le gustaba escribir, como hacer ejercicio físico.

Una boda muy conveniente

A la edad de 20 años, Colette o Sido como se le conocía familiarmente, contrajo matrimonio con el escritor Henry Gauthier-Villars, “Willy” para los amigos, un hombre 15 años mayor que ella con pocos escrúpulos y fama de vividor y oportunista.

Inmerso él ya en el mundo de la literatura, no tardó en comprobar las grandes dotes de su mujer para la escritura, alentándola vivamente para que escribiera.

Al igual que hiciera con sus colaboradores más brillantes, Willy firmó las obras de Colette como la de otros tantos escritores, acaparando él la gloria mientras dejaba en la más absoluta oscuridad a los verdaderos autores de obras exitosas, entre ellas las de su propia esposa. Ese fue el caso de la novela Claudine, basada en la época escolar y juvenil de Colette, la cual tuvo un gran éxito.

Tanto va el cántaro a la fuente

Todo en la vida es un proceso, evidentemente, así pues en la evolución de Sido hubo un momento en que su papel de sumisa ama de casa y esposa terminó.

Soportó la mujer que su marido se adueñara de sus escritos, hasta que este empezó a serle infiel. Fue entonces cuando tomó las riendas de su vida y dio un giro radical a su vida. En su empoderamiento contó con escritores que la animaron y apoyaron como Georges Wagne (con quien descubrió su faceta como actriz de teatro) o Georges Simenon (de quien recibió muy buenos consejos para su faceta como novelista).

Divorcio y vida nueva

No fue solo en el ámbito profesional en el que Colette despegó, descubriéndose al mundo como una excelente novelista, periodista, guionista o libretista (aparte de su faceta artística en cabarés y revistas), sino que descubrió también su verdadera personalidad. Se vio entonces su vida sentimental saturada de relaciones amorosas, esporádicas algunas, otras un poco más duraderas, tanto con hombres como con mujeres, situación personal que influyó muchísimo en su obra.

Vindicar los derechos de la mujer sobre el hombre y los de la carne sobre el espíritu, fue el tema prioritario sobre el que giró su obra. Ante tal reivindicación de derechos, la crítica literaria de comienzos de siglo XX con una acérrima visión sexista, no valoró su obra justamente alzándose como detractores, pese a ello, también tenía quienes la valoraban y colmaban de honores y reconocimientos.

Una vida consagrada a las letras

Entre los numerosos reconocimientos de que fue objeto, Colette asumió el cargo de crítica teatral en Le Journal, fue miembro de la Academia Goncourt, llegando a ser la presidenta, fue condecorada con la Legion de Honor y en 1958 su obra Gigi fue llevada al cine por Vicente Minnelli.

Una larga lista de éxitos para una mujer que en el justo momento decidió hacerse cargo de su vida, permitiendo desarrollar sus aptitudes creativas y dándose la posibilidad a la vez de conocerse a sí misma, dentro de una sociedad rígida que el único sentimiento que admite como digno es el de culpabilidad.