La Primera Guerra Mundial, conocida como la Gran Guerra, fue el primer ejemplo claro de la capacidad destructora del Hombre. Entre 1914 y 1918 el mundo asistió a la demostración a gran escala de la facultad humana de aniquilarse los unos a los otros, donde la razón de la sinrazón campó a sus anchas.

No era la primera vez que diversas potencias se aliaban para acabar con otro bloque de aliados, siempre han existido unos "amigos" a los que ayudar y unos "enemigos" con los que acabar. Pero nunca alcanzaron la envergadura de la Primera Guerra Mundial, donde los campos de batalla se sembraban con balas, sangre y cadáveres a causa de mortíferas armas que causaban auténtico terror.

Solo hay que ver el resultado de víctimas de esta contienda que, aunque bailen las cifras según a quién se pregunte, se cuentan por varias decenas de millones de personas.

Bélgica y Francia en la guerra

Bélgica y el norte de Francia se vieron surcadas por una amplia red de trincheras que sólo alargaban esa guerra de posiciones que fue más dura que la guerra de movimientos, pues se sumaba el aliciente del frío y el hambre. La zona se había convertido en un verdadero infierno, el inframundo había salido al mundo. Sin embargo, no muy lejos de allí, un jardín ascendía los colores al paraíso celestial mientras los soldados descendían al averno.

Giverny, al lado de París y cerca del terreno que se vio sacudido por la batalla de Amiens, se había convertido en un jardín idílico de la mano del gran Monet.

El maestro impresionista consiguió crear un éxtasis paisajístico en los meandros del río Sena, creando un jardín acuático donde no faltan plantas exóticas y nenúfares que hacían viajar al reino de la fantasía.

El Giverny de Monet

Aquel jardín de Giverny era la antítesis de la carnicería que se estaba viendo a pocos kilómetros; permitía evadirse de la crueldad con ese tópico del locus amoenus en el que el hombre está feliz en la Naturaleza.

Esta sensación de distracción que desprendía el Giverny de Monet tuvo tanta difusión que propio primer ministro Clemenceau encargó al artista impresionista "Los nenúfares" con motivo del armisticio en el Frente Occidental. Esta pintura fue donada al Estado, que fue expuesta en el museo de la Orangerie.

Lo que diseñó Monet en Giverny, cuyo objetivo era crear un lugar de paz y tranquilidad para su familia, se convirtió en el lugar idealizado en una Francia que veía avanzar al horror y a la muerte sin que nadie hiciera nada en ninguna parte del planeta.