Decían el gran director Luis García Berlanga y su guionista de cabecera Rafael Azcona, que la democracia les hizo relajarse respecto a sus creaciones. Sus películas como El Verdugo o Plácido fueron geniales largometrajes muy críticos con el franquismo, y como es obvio, tuvieron que sortear una censura. Este hecho hacía que agudizaran su ingenio y fueran mucho más sutiles a la hora de efectuar sus mordaces críticas. Al morir el dictador y desaparecer el código censor, la calidad de las películas disminuyó al no tener que estrujarse tanto el cerebro a la hora de criticar a la clase Política.

Quizás, porque actualmente enjuiciar a nuestros gobernantes puede suponer la venganza de estos a la hora de aplicar medidas restrictivas (véase el 21 %). Pero el caso, es que en España no existen grandes exponentes de cine político.

El destape hizo mucho daño al cine en España

A partir de 1976 se pusieron de moda películas de muy baja calidad donde las actrices, sin exigencia del guión, se desnudaban de manera bastante gratuita, en producciones que arrasaron en taquilla durante unos años. Actores como Alfredo Landa reconocieron que estuvieron a punto de abandonar el Cine por este hecho.

A pesar de ello, maestros como Berlanga, mostraron como se movían los entresijos del poder de manera zafia y lamentable en la genial "La escopeta nacional".

Donde un empresario catalán se veía obligado a invitar a ministros franquistas a una cacería, tras la tapadera de un marqués venido a menos, con el objetivo de poder establecer un monopolio con sus porteros automáticos a base de sobornos diversos.

El diputado de Eloy de la Iglesia, de 1977 también, intentaba mostrar como un humilde político del PSOE interpretado por José Sacristán, combatía al chantaje que le sometía la derecha para ocultar su homosexualidad.

Aunque de buenas intenciones, vista hoy, es difícil no sonrojarse al contemplar la película.

También se podría destacar la muy meritoria El Crack de José Luis Garci, qué sin ser un film político, aborda la cuestión de la corrupción de las altas esferas cuando se bloquea una investigación y como se defienden de ella sin ningún tipo de escrúpulos.

Tuvo que ser el director italiano Gillo Pontecorvo quien se atreviera a abordar el atentado contra Carrero Blanco en Operación Ogro, de resultados dispares aunque con la maravillosa música de Ennio Morricone. Lamentablemente, el bromear sobre estos temas hoy en la actualidad sigue siendo motivo de escarnio público como pudimos comprobar recientemente en el Caso Cassandra.

La crítica política no se consolida

Con estos pobres antecedentes en una época donde los creadores gozaban de mayor libertad, bien por la desidia de estos o por las presiones y venganzas de nuestros dirigentes, el género nunca se ha consolidado salvo en honrosas excepciones. Obviaremos películas lamentables como Los energéticos, Que vienen los socialistas o La avispita ruinasa dónde la caspa de estas presuntas comedias a mayor gloria de Mariano Ozores, campa a sus anchas y tiene en Torrente a su hijo bastardo.

Tendríamos que irnos a los últimos quince años para encontrar proyectos de calidad que se atrevan a "dar caña" a la política nacional como La caja 507 de Enrique Urbizu donde se muestra como las pequeñas corruptelas esconden grandes tramas de peces gordos.

La serie de Canal + Crematorio, mostró con gran crudeza la trama corrupta inmobiliaria de la Comunidad Valenciana que a día de hoy nos sigue dando sorpresas. Esto lo ha hecho también la reciente Cien años de perdón de Daniel Calparsoro, en la que de manera más velada, cuenta el atraco a una sucursal bancaria de la capital del Turia que tiene como trasfondo, hacer desaparecer pruebas de cohecho que implican al partido de la ex-alcaldesa fallecida y del hombre de los trajes.

La época del "pelotazo" fue muy bien mostrada otra vez por el maestro Berlanga en Todos a la cárcel, con su inseparable Rafael Azcona para poner de manifiesto esa España de charanga y pandereta que se llena los bolsillos a dos manos sin ningún tipo de rubor ni clase. Más recientemente el muy emergente Alberto Rodríguez ha enseñado también a modo de meritorio thriller ese período con El hombre de las mil caras, que retrata los devaneos de Paco Paesa a costa del prófugo más famoso de la democracia española, Luis Roldán. Este realizador también ha dejado de manifiesto sus inquietudes a la hora de mostrar los entresijos políticos en las estupendas La isla mínima y Grupo 7.

Pero quizás el caso más meritorio reciente sea B, de David Ilundain, basada en la obra de teatro homónima que cuenta la íntegra declaración del famoso antiguo tesorero del PP, Luis Bárcenas, al juez Ruz, tras sus 18 primeros días de confinamiento en la prisión, interpretados magistralmente por Pedro Casablanc y Manolo solo respectivamente.

Este film valiente, supone la mayor aportación al séptimo arte nacional de los últimos tiempos, que pretende ser tremendamente crítico con el poder, para de manera bastante altruista, ofrecérselo al público (el film no llegó siquiera a los 60.000 € de presupuesto).

Tras el "no a la guerra" de los artistas españoles, ha llegado una época de poco compromiso cinematográfico con la política. Quizás es una "pescadilla que se muerde la cola", ya que la venganza ha sido y está siendo muy cruenta. Por lo que se está convirtiendo en una difícil asignatura ser crítico mediante el cine contra la política en este país, a mayor gloria de George Orwell como bien predijo en 1984.