El acto de creación de cualquier obra de arte es normalmente un proceso personal, íntimo, que tiene algo que puede incluso considerarse sagrado, en el sentido de que el artista consigue materializar una idea, una parte intangible de sí mismo. Pero a la hora de la verdad, el artista también quiere se valorado socialmente, comprendido especialmente por aquellos que se dedican a su misma profesión.

La historia del Arte está llena de anécdotas de relaciones entre artistas que se mueven en la fina línea que limita el amor del odio. Sebastian Smee es un crítico de arte australiano que acaba de publicar en la editorial Taurus un libro titulado “El Arte de la Rivalidad”, en él cuenta las tormentosas relaciones de 4 parejas de artistas. Todos son hombres, para Smee por naturaleza el hombre tiene algo más de competitivo que la mujer, todos desarrollaron su obra entre el S.XIX y el XX, y todas las parejas mantuvieron un mismo patrón de admiración y amistad que estimuló la producción artística y que posteriormente derivó en desdén u odio.

Lo cierto es que, como ocurre también en la mayoría de los niveles de la existencia, la crítica de alguien a quien admiramos es muchas veces un impulso para buscar la excelencia. En el proceso de amistad de hombres como Lucien Freud y Francis Bacon encontramos una admiración mutua, pero siempre más de uno hacia otro, que es tomado como ejemplo ( en este caso Bacon), la amistad surge y suele romperse en el momento en el que el alumno supera al maestro, a partir de ahí surgen los resentimientos y la relación suele irse a pique.

Este mismo patrón se repite en las otras tres historias que relata Smee que son protagonizadas por Edouart Manet y Edgar Degas, Pablo Picasso y Henry Matisse y, Jackson Pollock y Willem de Kooning.

El arte salió beneficiado de estas difíciles relaciones y en muchos casos ellos mismos fueron conscientes de su importancia, Matisse dijo una vez “nadie jamás ha mirado mi obra como Picasso, y nadie ha mirado la obra de Picasso como yo”. Y eso que el duelo de sus egos llegó a puntos limites.

Pero las relaciones que narra Smee no son las únicas famosas dentro del mundo del arte. La tradición cuenta que en el S. V a.C. el pintor Zeuxis murió de un ataque de risa tras ser vencido en una competición por su rival Parrasius. Zeuxis pintó unas uvas que engañaron a los gorriones que fueron a picotearlas, pero Parrasius le engañó a él al pintar una cortinas tras la que se encontraría la obra de arte.

Y es que tras la imagen de personas ensimismadas pendientes solo de su arte, el ego de los artistas suele ser muy grande y en ocasiones también lo es su carácter tendente a la pendencia.

Se cuenta que Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel se enzarzaban en desprecios e insultos cuando se encontraban por las calles de Florencia una vez que ambos habían alcanzado la fama.

También Caravaggio, que llegó a matar a un hombre en una trifulca, tuvo que abandonar Roma en una ocasión al ser acusado de sodomía por un pintor rival, Giovanni Baglioni, que a pesar de desacreditar públicamente a Caravaggio estudió detenidamente su obra dejándose influir por su estilo.

Ingres y Delacroix, el primero defensor del neoclasicismo, con todo lo que implica de tradición y cuidado en el uso de la línea que da preponderancia al dibujo y el segundo origen de la pintura romántica, que da gran importancia al uso del color, también compartieron un espacio y un tiempo que les llevó a enfrentarse personalmente y a conocerse lo suficiente como para influirse a pesar de todo.

Recientemente podemos valorar el caso del enfrentamiento creativo en el arte urbano entre Banski y Robbo.

Al final, cualquier autor se identifica tanto con su obra que toda crítica o ataque son tomados como algo personal y es imposible evitar que el ego no se convierta en el talón de Aquiles de los artistas, mientras el resto de los mortales disfrutamos tanto de la genialidad de sus obras como de sus debilidades.