Un hombre haciendo frente al calor del verano californiano a base de cigarrillos, máquinas de escribir y ventiladores de mesa. Frente perlada de sudor, moscas enloquecidas por el tedio chocan contra paredes empapeladas y polvorientas. Polvo en las calles, en los coches convertidos en hornos, en los alféizares repletos de colillas, polvo en los bolsillos. Así debió de ser gran parte de la vida de John Fante, uno de los progenitores del realismo sucio. Hijo de inmigrantes italianos, catolicismo para desayunar, estructuras familiares rígidas e impermeables, la picardía soberana de todo origen humilde.
Así se curtió uno de los grandes autores de la Literatura norteamericana post-depresión.
«A veces pasaba flotando una idea inocua por la habitación. Era igual que un pajarillo blanco. Sin ninguna mala intención. Sólo quería ayudarme, el amable pajarillo. Pero yo me lanzaba sobre ella, la aporreaba con las teclas y se me moría entre las manos». Pregúntale al polvo es un icono de una época. Los locos años 20 del jazz y la despreocupación se convirtieron en la derrota resignada de los 30. Tierras áridas, un oasis de perdedores frente al desierto, pensiones de mala muerte cuyas paredes acogen complejos, fobias y obsesiones. Arturo Bandini, joven promesa literaria atrapada en la rampa de despegue, sus pies hundidos en el polvo que cubre sus ropas, sus esperanzas, sus mezquindades, sus relatos.
La escasez constante de dinero y los paseos a ninguna parte en un estado febril que recuerda al protagonista de Hambre, de Knut Hamsun. Arturo Bandini, un arquetipo de antihéroe enfermo de fragilidad y promesas futuras, que intenta ser alguien pese al avance imparable de la arena, que sepulta y condena a la desaparición todo aquello que una vez estuvo ahí.
Cuando Thom Yorke escribió How to disappear completely, parte de la inspiración vino de una conversación que tuvo con Michael Stipe, el líder de R.E.M. Stipe le dijo que para lidiar con la presión de los tours, su truco era repetir continuamente: "I'm not here, this isn't happening...". El otro componente que quedó reflejado en la letra de la canción es un sueño que tuvo Yorke, en el que flotaba en un río, sin poder hacer nada, recorriendo la ciudad de Dublín.
Ambas piezas comparten la alienación de sus protagonistas, el sentimiento de desarraigo e impotencia ante el avance incesante de un mundo exterior hostil e incomprensible. Arturo Bandini sobrevive como puede sin renunciar a su precario trabajo literario, sorteando apuros económicos y amorosos, andando por las calles polvorientas de un Los Ángeles aturdido por el tedio y el calor, cuyos bordes desvanecen bajo la arena del desierto. Una pensión de mala muerte que no logra dejar, sus vecinos derrotados y resignados, grandes e infundadas esperanzas en un futuro desdibujado que desaparece.
Thom Yorke por su parte es arrastrado por los meandros del río Fleech, sin poder evadirse de los designios dictados por el cauce, mientras repite la consigna usada para espantar sus miedos, los daños colaterales del éxito.
Cómo desaparecer completamente, cómo dejar de percibir aquello que atemoriza, cómo conseguir aquello que se anhela. La sección de cuerdas que acuna el deambular onírico de Yorke, el triste sopor del calor angelino, los sintetizadores que se cruzan con el rasgueo rítmico de la guitarra acústica, la alienación de un escritor en penurias, la lucha contra la presión del escenario, los tímidos y recurrentes anhelos de reconocimiento, el fade out entre cuerdas, sintetizadores y reverberación, el avance imparable de la arena sobre la ciudad, hasta desaparecer completamente.