Cineasta ecléctico, que ha tocado en su carrera casi todos los géneros cinematográficos, e irregular como pocos. Nos ha conmovido con historias sin concesiones como “El tiempo que queda”, con los últimos días de un seropositivo, o eligió a una actriz embarazada de verdad como Isabelle Carré para “Mi refugio”, para llegar a su primera obra maestra, “En la casa”. Este es François Ozon, cercano a la cincuentena.

Su última película estrenada, ya entre nosotros, es “Frantz”, conmovedora historia que muestra los daños colaterales que cualquier guerra deja en los combatientes, los supervivientes de la misma y los familiares de los caídos.

Ello lo hemos visto en la americana “Los mejores años de nuestra vida”, por ejemplo.

Basada en la obra teatral “El hombre al que maté” de Maurice Rostand, esta historia ya la llevó uno de los mejores cineastas, Ernst Lubitsch, ya instalado en Hollywood, en “Remordimiento” de 1932. Ozon ha cambiado algunas partes en su adaptación.

En “Frantz”, Ozon rompe con muchos convencionalismos aunque aparente un estilo clásico: la fotografía, magistral, de Pascal Marti, es en blanco y negro casi todo el tiempo, y sólo en ciertos momentos pasa al color. Ese es un estilo que innova en lo que nos cuenta.

También la ambientación de la Alemania profunda y el Paris de pocos meses acabada la I Guerra Mundial es creíble en todo momento.

Gran trabajo de dirección artística de Laure Gardette. Igualmente el reparto de secundarios, entre los que no sobra nadie. Los dos protagonistas, Pierre Niney y la desconocida aquí Paula Beer, están igualmente magistrales. Él sabe transmitir compasión y comprensión a su atormentado personaje, y ella con el dolor de la novia que ha perdido a su prometido en la guerra.

Ambos saben estar contenidos, sin caer jamás en el histrionismo ni en la histeria. Luego los idiomas empleados, alemán y francés según el lugar, que le da aún más verismo.

Todo empieza cuando a un pueblo alemán de 1919 llega un joven francés, Adrien Rivoire (Niney), para poner flores en la tumba de un soldado alemán caído en combate.

La prometida del difunto, Anna (Beer), le ve y le presenta a los padres de él. Al principio, el padre le detesta por que ve en cualquier francés a quienes mataron a su hijo, y por ende a toda Alemania.

Les cuenta una historia inventada, de que él y el hijo de ambos fueron amigos antes de la guerra. La verdad es otra: se encontraron frente a frente en una trinchera, y sólo valía matar el primero. Pero eso no se lo contó. Poco después, Adrien le confiesa a Anna la verdad y vuelve a Francia. Ella les contará otra historia inventada para no herirles, y decide viajar a Paris para encontrarlo.

Ozon, al contrario que Lubitsch, decide verlo todo desde el punto de vista “de los perdedores”, es decir, de los alemanes, sin evitar criticarlos cuando hace falta, igual que a los franceses: hay una escena de los alemanes cantando su himno nacional con un tono que recuerda a una escena conocida de “Casablanca”, y la de los militares franceses que cantan “La Marsellaise” en un bar parisino, al estilo de “Senderos de gloria” de Stanley Kubrick.

El mensaje de la película es claro: antibelicista, recordando los millones de muertos que aquella guerra causó, y que causaría la siguiente años después, con nosotros sobreviviendo y “continuando con la vida”.

Frantz: * * * * *