Ceibal es una ciudad maya guatemalteca, situada en la orilla del río La Pasión, en el sur del Petén. Por lo que se sabía hasta ahora, su ocupación comenzó en el Preclásico medio, sobre el 800 a. C., y su importancia fue en aumento hasta el 50 a. C.
El sitio está considerado como un centro ceremonial de primer orden, ya que su situación estratégica permitía el control de los intercambios comerciales y militares que se hacían a través del río. Entre sus estructuras destacan la Plaza Central rodeada por una serie de edificios ceremoniales y un observatorio circular.
Sin embargo, recientemente, unos arqueólogos que trabajan en Ceibal han hecho un importante descubrimiento. Durante las excavaciones en este lugar, dirigidas por Takeshi Inomata y Daniela Triadan de la Universidad de Arizona, se han percatado de cómo la civilización maya pudo pasar de un modo de vida depredador nómada a otro productor sedentario. Sus hallazgos sugieren que la dependencia del forrajeo de esta sociedad fue tan grande que provocó una progresiva transición a la agricultura.
Sin embargo, durante este proceso, es posible que las comunidades nómadas y los grupos sedentarios coexistieran participando en ciertas ceremonias públicas y colaboraran en proyectos de construcción conjuntos.
Esta hipótesis desafía la idea de que los grupos nómadas y sedentarios mantuvieron sus comunidades separadas y de que los edificios públicos fueron construidos sólo cuando la sociedad estaba completamente arraigada a su tierra. Según Inomata, en este estudio se presenta la primera evidencia concreta de que las personas nómadas y sedentarias se unieron para construir un centro ceremonial.
La Plaza Central descubierta en Ceibal, que se ha datado ahora en el 950 a. C., muestra una serie de edificios ceremoniales su alrededor que fueron creciendo a tamaños monumentales hacia el 800 a. C.
Sin embargo, en esa zona, hay escasas evidencias de viviendas residenciales en este periodo. Se piensa, por tanto, que la mayoría de la población mantenía todavía un estilo de vida cazador-recolector tradicional y que se movía libremente por toda la selva, al menos, durante los siguientes cinco o seis siglos.
Según las estimaciones de Inomata, los escasos habitantes sedentarios de la zona no hubieran podido construir solos la plaza ni los edificios ceremoniales, sino que tuvieron que haber sido ayudados por los nómadas por algún tipo de vinculación social.
Seguramente, los grupos con diferentes grados de movilidad se unieron para levantar estas construcciones y para participar en ciertas ceremonias públicas durante un largo período de tiempo. Es posible que ese proceso les ayudara a la unión social y, posteriormente, a la transición a la sedentarización total.
Esta hipótesis rompe con la idea preconcebida que tenemos de que, en el pasado, primero tuvo que producirse cierto desarrollo social y después se construyeron los edificios de cierta envergadura.
En este caso, el ritual tuvo la suficiente importancia como para que se levantaran esas construcciones y, asimismo, para que se cambiaran las formas de vida.
Como opina Inomata, todo este proceso aglutinó a diferentes grupos de población que finalmente pasaron a ser el germen de la civilización maya. Esta transición gradual culminó hacia los años 400 ó 300 a. C., cuando ya encontramos a los mayas asentados en una sociedad agraria totalmente sedentaria y dependiente del maíz.