Quienes se declarasen adictos a la serie de Televisión española Isabel, en la que se contaba la vida de Isabel de Castilla, también conocida como Isabel la Católica, no tendrán ningún problema en asociar su imagen a la de una chica llamada Irene y apellidada Escolar que comienza a consolidar sus dotes como actriz dentro del panorama interpretativo español, tanto en Cine como en la televisión o en el Teatro. No hay medio que no domine, y es que por sus venas corre la sangre de los Gutiérrez Caba, algo que solo puede ser bueno. En efecto, su abuela es Irene, como ella, y sus tíos, Emilio y Julia, una estirpe de maravillosos actores que le han transmitido a la joven los mejores genes profesionales.

Comenzó su carrera por todo lo alto, compartiendo cartel con Antonio Banderas y Emma Thompson en Imagining Argentina, uno de cuyos productores fue su padre, José Luis Escolar. A ella le siguió la fallida El 7º día, de Carlos Saura, pero para entonces ya había trabajado al lado de algunos de los mejores profesionales del celuloide. Desde entonces ha compaginado todos los medios antes citados y los ha hecho más grandes cuando ella ha aparecido en escena. A raíz del merecido éxito de Isabel, y de su personaje en la serie, la actriz aseguraba estar encantada del orgullo que su familia siente hacia ella, y no es para menos, porque la cámara, sabedora o intuitiva del arte que prodiga, recoge cada gesto, cada inflexión de su voz, y nos los ofrece con la espontaneidad con la que marca sus momentos de grandeza.

En breve estrena Las ovejas no pierden el tren, una comedia coral en la que su papel es determinante en una de las aventuras que narra la película, junto a Alberto San Juan como inestimable pareja de viaje y en la que de nuevo vuelve a hacer gala de su naturalidad a la hora de desenvolverse delante de los objetivos que tienen la suerte de filmarla.

No es corriente que una joven de su edad tenga el reconocimiento tan enorme que empieza a acumular, pero un talento como el suyo no puede ni esconderse ni pasar desapercibido. Los aplausos que se le dedican al finalizar las obras de teatro en las que trabaja son tan llamativos como la admiración que despierta a través de la pequeña o la gran pantalla, y solo tiene 26 años. Su futuro está por escribirse y tiene por delante muchas páginas que iluminar.