Un estudio reciente realizado por una universidad sueca demuestra que los motivos para que nos resulte más o menos fácil el aprendizaje de un segundo idioma se pueden encontrar en nuestro cerebro, y ya trabajan en la búsqueda de una solución a este problema.
El cerebro ha sido siempre un misterio para todos y más si se trata de descubrir qué sucede en él cuando aprendemos un segundo idioma. No crea que es una curiosidad solo suya, pues los neurocientíficos han dedicado muchos años en buscar una respuesta a la interrogante, mediante estudios minuciosos a pacientes de diferentes grupos generacionales.
Los cerebros son sumamente complejos y no es cuestión de resolver un teorema o una ecuación logarítmica. Lo enrevesado de la situación parte de la naturaleza de la unidad que nutre su funcionamiento: la neurona. Mediante ellas es posible la comunicación a través de largas fibras protoplasmáticas llamadas axones, y con estos, a su vez, es posible transmitirlas potenciales de acción a partes distantes del cerebro o del cuerpo.
Entre los resultados más curiosos en los diagramas de activación del cerebro, se encuentran que el caso de los niños los dos idiomas se alojan en la misma región. Al inicio se pensó que era una tendencia generalizadora; pero las experimentaciones dijeron todo lo contrario: los adultos emplean otra zona adyacente para la nueva tarea.
Tal vez en estas respuestas radiquen las causas de por qué es tan difícil aprender una segunda lengua para los adultos, y por qué los niños se burlan de las pocas habilidades de sus padres, paseándose con extrema facilidadante esta nueva tarea cerebral.
Pero… en caso que usted sea de los que se encuentra en tal situación no se desespere y continúe su esmerada labor, porque las pruebas apuntan a que si es capaz de incorporar un nuevo idioma a su cerebro, este forma una reserva cognitiva que retrasa los síntomas de enfermedades degenerativas como el Alzhéimer.
Investigadores de la Universidad de Umeå, en Suecia, acaban de terminar un estudio, donde utilizaron una muestra de 853 personas durante un período de tres meses. El reto de los supuestos "conejillos de indias" era aprender un idioma de forma intensiva. La actividad cerebral se pudo monitorear a través de resonancias magnéticas, antes y después del proceso.
Solo fue necesaria una comparación para saber lo que sucedía con las neuronas.
Los resultados revelaron que los cerebros de aquellas personas cambiaron de diferentes formas. Los que habían aprendido el idioma con menos dificultad les aumentó el tamaño en determinadas zonas como el hipocampo y otras tres áreas de la corteza cerebral; mientras que los que presentaron problemas con el aprendizaje mostraron transformaciones en un área de la corteza motora, relacionada con el movimiento.
Todo parece indicar que existen diferencias morfológicas entre aquellos que aprenden un idioma como esponjas y los que lo tienen que dejar por imposible. Lo próximo en lo que se empeñan los científicos, teniendo en cuenta el descubrimiento, es en la tarea de diseñar programas que exageran mucho las diferencias en los sonidos y ayudan a superar estas dificultades a los estudiantes.