Después del verano los cines Imax de Madrid y Barcelona dejarán de proyectar películas en 3D. En realidad, dejarán de proyectar películas, también en 2D, que las había, porque cierran. El sistema se inauguró en Osaka en los años 70 y, pese a lo mucho que le costó a España implantarlo, el sistema de proyección más avanzado de la historia cierra con 5 millones y medio de euros de pérdidas. Apollo 13, del año 2002, fue la primera película que se proyectó en este formato en las salas después de haber llegado a nuestro país por la puerta grande de la Exposición Universal de 1992 de Sevilla, y desde entonces los cines Imax han estado equilibrando el Cine comercial con los documentales en su programación.
Hasta que nos les ha quedado más remedio que instar al concurso de acreedores.
Es el sino del cine. El modelo de negocio está cambiando y los que no defienden la sala oscura nada más que para gozar en ella de los efectos especiales de la superproducción de turno parece que no ven inconveniente en que una detrás de otra vayan cerrando para, así, dar mayor peso a su teoría de que el modelo tiene que cambiar del todo para estar a la altura de lo que el espectador lleva años pidiendo: películas de estreno asequibles en cualquier formato, saltándose las ventanas de distribución para que quien quiera ver la película en casa o en el lugar que elija pueda hacerlo en cualquier momento y por el precio más irrisorio posible.
Pero eso deja poco margen a que el cine pequeño, el que emociona con guiones centrados en los personajes y sus motivaciones pueda tener una vida en las salas comerciales. Porque las salas no distinguen entre una cinta de millones de dólares de producción y otra de pocos cientos de miles: si una multisala solo tiene público en la peli grande, poco rendimiento puede dar el complejo y escaso futuro le queda incluso a la posibilidad de que la grande pueda ser proyectada.
Es comprensible que la piratería se ejerza cuando una película, o serie, que es lo que se lleva ahora, no llega a España. O cuando es a película que tanto ha tardado en llegar, lo hace solo en las principales ciudades del país, dejando al público de provincias sin la posibilidad de verlas. Es completamente lógico y hasta merecido.
Pero este mal que tanto afecta al negocio es un virus extendido hasta el infinito. La costumbre ya puede con la razón y un click de descarga ilegal resulta más fuerte que una fecha de estreno a dos semanas vista, o un mes. La paciencia del espectador es inexistente.
Y en medio de todo esto se llevan a cabo, incomprensiblemente, una media de 9 estrenos semanales. Muchos de ellos son, como he dicho, solo en las grandes capitales y muchas veces ni siquiera en todos los horarios, sino en dos sesiones a lo largo de la tarde. Títulos que duran en cartel la semana de estreno y se cambian cuando llega la nueva remesa, la semana siguiente. Así tampoco se puede hacer taquilla.
Muchos se quejan de los precios.
Hace años ir al cine era más barato, pero también es cierto que hace años todo era más barato. Y no deja de ser cierto también que existen bonos, ofertas, el día del espectador, la Fiesta del cine, y, últimamente, esa Fiesta del cine mantenida ya los miércoles. Y todo, para que luego la película no guste.
Y en este convulso modelo de distribución y exhibición nos encontramos. Lo ideal no es cambiarlo por completo sino hacerlo compatible, para que quienes gustan del cine en el cine puedan seguir haciéndolo, se trate de la película que se trate, ya sea blockbuster o independiente. Que se pueda ver en salas o en casa, en DVD, Blu Ray o VOD. Y disponer continuamente en el catálogo de todo lo que se produce.
De cualquier nacionalidad, no solo americana. Tal vez algún día esto sea posible. Esperemos. Pero hoy no.
Aunque lo cierto es que ir al cine ya no es lo que era. Ya no es algo que se haga por defecto. Se espera un puñado de títulos, cinco o seis por temporada como mucho, pero hay quien no ha pisado un cine durante décadas. Y se nota en las cifras de recaudación, que llevan tiempo bajando. Al espectador cada vez le interesa menos ir al cine como forma rutinaria de diversión. Hay otras cosas. Casi cualquier otra cosa es válida ya. Por el precio, porque la película no le interesa, porque tiene que desplazarse a kilómetros para verla... Por lo que sea. Con el cine puede acabar pasando aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió.