Vuelve a hacerlo, el mundo vuelve a temblar. Trump y el poder, el poder y Trump. Un escrito y una conversación telefónica le bastaron para acabar con el director del FBI. Todo estalló el 3 de mayo, tras la comparecencia del director del FBI, James Comey, en el Senado, quien mostró una envidiable firmeza en la investigación entre Rusia y EEUU. Fue la gota que colmó el vaso, un vaso lleno que empezó a desprenderse junto a un Trump sentado frente al televisor.
Según medios estadounidenses, el presidente de los EEUU catalogó a Comey de “traidor” y lo criticó duramente por haber defendido a Hillary Clinton.
Una enemistad que fue en aumento y que culminó varios días más tarde con su despido. La decisión ya estaba tomada y, haciendo alarde de su temperamento, Trump hizo caso omiso a las opiniones de sus allegados “más allá de toda recomendación”. Aunque tan solo Steve Bannon, estratega jefe, contradijo al presidente, opinión que fue nuevamente ignorada.
Fueron los propios jefes de Comey –Jeff Sessions y Rod Rosenstein-, quienes redactaron el despido del director del FBI a petición de Donald Trump. Una vez con los papeles en la mano, estos fueron enviados a la sede del FBI y a las 17:40h de Washington la noticia ya había aparecido en la mayoría de los medios estadounidenses. La investigación que el FBI está llevando a cabo sobre la relación de EEUU con Rusia se atisba como la principal causa de este despido, de hecho Trump ha asumido que fue esta la explicación a lo ocurrido ayer.
Dejando en evidencia a miembros de su gobierno, que durante cerca de 48 horas dieron explicaciones de todo tipo lejanas al tema ruso. “Cuando decidí hacerlo, me dije: ‘Esta cosa de Rusia, lo de Trump y Rusia, es una invención, es una excusa de los Demócratas por haber perdido unas elecciones que deberían haber ganado”, comentó Donald Trump en una entrevista en NBC.
Comey ya se había ganado la enemistad del presidente, incluso antes de que éste llegara a la Casa Blanca. Los correos de Hillary Clinton en plena campaña electoral y el desmentido de las acusaciones que el gabinete de Trump había acometido sobre los supuestos espías de Barack Obama, provocaron en el presidente un sentimiento de desconfianza plena.
Y si a ello se le suma la investigación rusa y el poder de Trump en EEUU, James Comey tenía todas las de perder.
La decisión de Trump podría equiparse a la tomado por Richard Nixon en la destitución del fiscal Archibald Cox. Lo que deja en suspense si tras esta determinación dimitirá como también lo hizo en su día Nixon. Por ahora, quedan muchas cosas por ver en la era Trump que no dejarán indiferente a nadie. El presidente seguirá con su lucha de poder y efectuará las órdenes que considere oportunas, aunque sean las más inverosímiles realizadas en años.