¿Por qué con la caída de las primeras hojas de otoño comenzamos a sentirnos tristes, apáticos, sin ganas de nada?

¿Cómo puede ser que los colores maravillosos que el cielo de otoño nos regala, puedan provocar en nosotros pensamientos negativos de tristeza o de depresión?

La culpa la tiene el TAE:

El Trastorno Afectivo Estacional. Y sus síntomas están asociados con los cambios de la luz y del clima.

Y es que la sensibilidad del ser humano es tal que al disminuir las horas de sol, disminuye en mismo grado nuestra sensación de que nos faltan horas a nuestros días, de que la alegría del verano, del calor, de las vacaciones, todo parece desaparecer con la estela de los últimos rayos de un sol que ya no nos calienta la piel tanto.

Estudios realizados por el doctor Antoni Bulbena, director del Instituto de Neuropsiquiatría y adicciones del hospital del Mar de Barcelona ha demostrado cómo las reducción de luz solar incide directamente con la regulación del organismo humano, así como los cambios de estación.

La culpa la tienen algunos de los neurotransmisores que regulan los estados de ánimo

Algunos ejemplos de esos cambios en nuestros cuerpos son:

-Mayor producción de melatonina, la cual segregamos más cuando disminuyen las horas de luz, es decir, se experimenta mas sensación de tener sueño.

-Menor producción de serotonina, o lo que es igual, menos hormonas de la felicidad, de la alegría.

-Menos energía y capacidad en la concentración.

-Tristeza, irritabilidad, menos ganas de hacer vida social.

Todo esto acompañado del comienzo de la rutina, el colegio, el trabajo, el frío...unido a una mente que "cree" que no va a poder enfrentarse de nuevo a todo, hacen una suma total de estado depresivo post-verano.

Quizá hay que preguntarse si las estaciones del año pasan o nos "pasan".

¿De verdad una estación puede hacernos entristecer?

Es fácil bajo la perspectiva del que siempre lleva el verano o la primavera dentro de él, dar esa respuesta. Porque hay gente que siempre, ilumina sus días con la luz de un positivismo perenne, que no vuela junto a las hojas que empiezan a caer.

Quizá por su vida hayan pasado tormentas de invierno, de esas que congelan el alma, de esas que te rompen por dentro, pero que saben capotear con un paraguas de valentía y de ganas de vivir.

Quizá es cierto que la química no pasa desapercibida y no podemos hacer nada pero sí es posible para esas personas hacerlo.

Esas personas que pasan sonriendo bajo un periódico que hace de tejado improvisado mientras sus pies se mojan en ese charco donde otras no quieren ni imaginarse pisando, esas, no es que estén locas, es que llevan a primavera dentro.

Es que esas personas, provocan primaveras en invierno.