Desde que era pequeña sentía una especial fascinación por las portadas de los libros que leía mi padre. Tuvo que forrar la de "Los cuatro jinetes del apocalipsis" de Blasco Ibáñez porque me aterraba observar a los jinetes convertidos en calavera pero, de adulta, disfruté de esa lectura y la recomiendo. Sin embargo, la portada de "Entre naranjos" me encantaba porque evocaba mi entorno más próximo. Ese entorno al que siempre regreso como si jamás me hubiera marchado, ese espacio singular en el planeta Tierra donde experimento unas emociones tan enormes de arraigo que lo hacen, para mi, único.

Pasear por el lugar donde nací no se puede comparar a nada. Salgo a la calle, a primera hora de la mañana, mientras el sol surge entre las montañas en su descenso hasta el mar, que no puedo ver, pero que intuyo detrás del horizonte. No obstante, desvío mi ruta porque me aferro a mi tierra y a mi gente. Esas calles, casi siempre vacías, pero llenas de vida, de historias, de personas buenas, de gente sencilla y auténtica.

Inspiro, espiro y lleno mis pulmones de aroma a azahar desde cualquier rincón, paso por los parques que se quedan inmensamente pequeños cuando una mira los campos de naranjos en flor y el hermoso paisaje rural salpicado de huertos, las flores silvestres en los terrenos abandonados o el canto de los pájaros que, se saben, dueños de sus cielos y de sus árboles.

Abandonar el asfalto para pasar a pisar un manto de tierra entre campos de naranjos es una dulce experiencia que cambia sensiblemente el paseo. Olor a tierra a mojada, olor a leña quemada y olor a campo se combinan durante el camino como un aromático coktail acompañado, en ocasiones, de una suave brisa de Levante o de una Tramonta rebelde.

Los rayos del Sol aumentan con su luz el esplendor del mayor espectáculo del mundo que es la vida en estado puro. Sin embargo, ese paseo es como una capsula en el tiempo en la que nada de lo que ocurra parece alterar ese momento. The mother nature transmite una paz tan sublime que una se olvida del camino, se olvida del reto y disfruta con cada paso por el simple placer de caminar en un entorno tan privilegiado.

A pesar de todo, este paseo bucólico está marcado por un ritmo entre trepidante y sereno que dirige una amiga de la infancia que sabe mucho más de caminar que yo. El reto, compartido, si cabe, es un aliciente que multiplica por mil las expectativas generadas. Pero lo que hace realmente singular esta caminata es la conversación y la buena compañía.