Hoy, en la sección de ciencia y tecnología de Blasting News, celebramos el 14 de febrero preguntándonos en la redacción qué es lo que dice la ciencia de lo que nos pasa por dentro para estar enamorado.
Una cuestión de estadística
De media, podemos considerar al ser humano un animal monógamo seriado, como las orcas, los ratones o los pingüinos (sólo un 3% de los mamíferos pertenecen a esta categoría). Ésto indica que, estadísticamente, somos monógamos temporalmente; a los 4 años cambiamos de pareja.
Estamos hablando de unas cifras que incluyen los casos más extremos, como son la persona fiel y el picaflor.
En el mundo animal encontramos estas mismas figuras: el ratón de la pradera, por ejemplo, es fiel a su pareja hasta después del fallecimiento de la misma; por contra, el ratón de montaña, su pariente más cercano, no repite pareja.
Un cóctel de hormonas
La primera etapa de una relación se caracteriza por el deseo y la atracción física. Esta atracción se desencadena principalmente a través de dos clases de hormonas, la testosterona y los estrógenos. Esta etapa depende de características como la simetría facial y dimensiones proporcionadas. El flirteo puede incluir miradas a los ojos y roces.
También afectan las feromonas, que son marcadores aromáticos individuales que se encuentran en la orina o en el sudor de los animales, que dictan comportamientos sexuales.
La existencia de feromonas humanas fue descubierta en 1986 por científicos en el Centro de Sensaciones Químicas en Philadelphia.
La segunda etapa en las relaciones humano se caracteriza por el enamoramiento. Es la época más apasionada, caracterizada por euforia y cambios bruscos del estado anímico. Se ha demostrado que muchos de éstos comportamientos se deben a la aparición de monoaminas en el cerebro.
Cuatro son las principales:
- Dopamina: relacionada con los centros del placer. Son un refuerzo positivo que se libera con ciertas actividades como el sexo o la comida.
- Feniletilamina: es una anfetamina segregada de manera natural, y actúa como estimulante. Por eso el amor te quita el sueño.
- Serotonina: controla impulsos y pasiones, y crea la sensación de control. Interviene en la inhibición de la ira o el apetito.
- Norepinefrina: genera estados de euforia y dosis extra de adrenalina. De ahí que el corazón lata más fuerte y te suden las manos al ver al ser amado.
Entre los procesos que ocurren, hay un descenso de la actividad del córtex frontal, una región cerebral que participa en la experiencia de emociones negativas y en la formación del juicio, por eso la lista de defectos de nuestra pareja (al principio) es muy pequeña.
También hay un descenso de la actividad de la amígdala, una región del sistema límbico, el cual regula las emociones, y hace que en presencia del foco de éstos sentimientos placenteros nos sintamos más tranquilos y sin miedo.
En la última etapa (a la que aspiran) las relaciones es la de apego. Mantenerse en el tiempo es lo más difícil. Baja la concentración de monoaminas, y dependemos de otras sustancias para que, a pesar de haber pasado la etapa del enamoramiento, el cerebro reciba olas de felicidad. Las principales responsables del amor a largo plazo son la oxitocina, la vasopresina y las endorfinas. Mientras que la oxitocina se segrega con el contacto físico, como un abrazo o tocarse la mano (llegando a un máximo en el orgasmo), la vasopresina focaliza la atención a una pareja.
Se ha observado que la supresión de estos mensajeros químicos, puede provocar que los machos busquen nuevas compañeras.
Se suman a este cóctel las endorfinas, que potencian el sistema inmunitario, alivian el dolor, son sustancias anti-estrés y mejora la memoria.
Un aumento del nivel de oxitocina y vasopresina puede interferir con la dopamina y la norepinefrina, lo cual parece explicar por qué decrece la pasión de la etapa del enamoramiento y aumenta el cariño hacia la pareja a largo plazo. Sirven para establecer lazos.
El cerebro humano es muy complejo, y no podemos culpar de una infidelidad o de la lealtad a la pareja sólo a los niveles de estas sustancias.
¿A qué huele el amor?
¿A canela? ¿A rosas?
¿Chocolate? Más bien, por poco romántico que sea, es que el amor es inodoro. Poseemos ciertos genes que desarrollan al activarse unos olores, imperceptibles y de los cuales no somos conscientes, característicos de cada persona a través del sistema inmunitario (especialmente unas proteínas denominadas MHC).
Se sabe que las mujeres, por término general, se sienten más atraidas por olores procedentes de códigos genéticos más diferentes al suyo, debido a que biológicamente implica mayor variabilidad genética en los descendientes.
¿Somos una fábrica de drogas? Sí, es por eso nos enganchamos al amor. Sabemos cómo se dirigiere la comida, y eso no nos impide disfrutar de una buena cena o del chocolate. Por eso, el hecho de conocer cómo funciona una situación o un proceso, no implica que no podamos o debamos disfrutarlo.
Feliz San Valentín.