45 años han pasado desde que en 1972 pisara la superficie de la Luna el último hombre, Eugene Cernan, el cuál ya pronosticó que el ser humano tendría que volver al satélite. Conmemorando este hecho, Donald Trump ha firmado la Directiva Espacial 1, mediante la cual se pretende dar la idea de fomentar una nueva carrera espacial en la próxima década, empezando por la Luna.
Obviando el hecho de los cerca de 100.000 millones de dólares que harían falta para montar las archiconocidas bases lunares; que la luna ni tiene, ni puede tener dueño (por el Tratado del espacio Exterior de 1967) y que es necesaria la inversión de la empresa privada para su explotación, son muchos los países que has demostrado interés en los recursos lunares.
Pero, ¿qué buscan las principales potencias mundiales en la explotación del satélite?
Agua y combustible
El precio de llevar 1 kilogramo de agua en nave a la Luna es de 50 mil euros. Sin embargo, si allí existen depósitos, tal y como se demostró, montar una planta de extracción de agua sería muy interesante para viajes espaciales, como por ejemplo, a Marte. Además, la descomposición del agua genera hidrógeno y oxígeno, y con ellos se puede generar peróxido de alto rendimiento. Todas éstas sustancias son combustible para cohetes, por lo que el satélite sería la primera gasolinera del autoestopista galáctico.
Metales y tierras raras
La Luna tiene, debido a su formación, una composición similar a la de la Tierra, y por tanto, los recursos minerales sin explotar son un interesante motivo para hablar de minería espacial.
Ya existen cazadores de asteroides que se dedican a buscar éstos cuerpos celestes por su contenido en metales del grupo del platino, pero el satélite contendría ingentes cantidades de éstos metales esperando a ser usados en electrónica, catalizadores, siliconas y otras nuevas tecnologías a las que las mafias de Sillicon Valley querrán echarle el guante.
Existen unos minerales, comúnmente llamados tierras raras, los cuales se componen de un pequeño grupo de 17 elementos de la tabla periódica (principalmente lantánidos), los cuales se usan en multitud de dispositivos y tecnologías, principalmente en motores de coches y aviones, máquinas de rayos X y láser, discos duros y teléfonos.
El primer interesado es China, quien posee el 43% de los depósitos de la Tierra, y de la que depende el 97% de la producción de éstos materiales. Es por ésto que junto a la India, está interesada en seguir con el monopolio desde el espacio.
Nuevos horizontes
Al ser un espacio libre de humanos y sus interferencias, y carecer de atmósfera, la Luna es el lugar ideal donde colocar radiotelescopios para continuar con la exploración del universo y desentrañar sus misterios.
El turismo espacial también es ya una realidad. La Estación Espacial Internacional ha acogido ya a 7 <<turistas>>, si los queremos llamar así, y numerosas compañías y organizaciones estudian proyectos para enviar civiles al espacio.
El siguiente objetivo sería un hotel espacial. Rusia y Estados Unidos ya se han dado la mano para establecer una Estación Espacial en el satélite para facilitar la escalada hasta Marte, por lo que no sería descabellado pensar en un uso recreativo de la misma.
Además, nuestro satélite es una fuente de Helio-3, un isótopo del helio (sí, el mismo de los globos), ligero y no reactivo. ¿Cuál es la importancia de esta sustancia? Su valor como combustible. El proceso para extraer Helio-3 es muy complicado, pero más aún su uso: habría que emplear la fusión atómica, en centrales nucleares que por ahora son de ciencia ficción. Pero aún en un caso tan hipotético, los países luchan por controlar un posible recurso energético como este.
Con los pies en la Tierra
Frente a todas las posibilidades que ofrece la explotación de los recursos lunares, tenemos que tener en cuenta varios aspectos que hacen inviable ésta colonización a corto plazo.
Los Estados Unidos dependen de Rusia para enviar a sus astronautas a las ISS, ya que no tienen vehículos propios para salir del planeta en éste momento. Tampoco disponen de la financiación suficiente para la explotación, por lo que deberían de acceder a una colaboración con la empresa privada. Todo ésto obviando el hecho de que no existe una tecnología suficiente para acortar los tiempos en el espacio, o para acelerar la construcción de infraestructuras. Y estamos ignorando el pequeño hecho de la habitabilidad: la radiación cósmica mataría a cualquier humano si no se desarrollan materiales suficientemente seguros.
John F. Kennedy habló de la carrera espacial como un afán de superación del hombre, pero se demuestra que, para Trump y sus homólogos extranjeros, la conquista del espacio se basa en un mero afán monetario fruto de la codicia.